martes, 31 de diciembre de 2013

Nochevieja 2013 / Añonuevo 2014

Alhambra.- Puerta de armas
El Añonuevo es la otra cara de la Nochevieja. Ésta es un final, aquél un comienzo, tan cercanos el uno al otro, tan contiguos, que se funden en una misma cosa. Todo final de algo viejo termina siendo el comienzo de algo nuevo, ese es nuestro sino. Nuestras vidas están delimitadas en el tiempo por numerosísimas parejas de estos opuestos. Hay gente que en estas inevitables transiciones solo ve lo que tienen de final, otra que solo aprecia  lo que de comienzo, los primeros tienden a ser pesimistas, los segundos optimistas. Todos se equivocan.

Lo equilibrado es no perder nunca de vista la doble perspectiva. Si todo final es un comienzo, cada final/comienzo no es sino una sola puerta que atravesamos en el camino de nuestras vidas. Para avanzar un paso nos hacen falta los dos pies, uno lo lanzamos hacia delante, pero si no mantuviéramos retrasado el otro, firmemente apoyado en el suelo, nos caeríamos. Así con nuestras vidas. Al atravesar cada una de nuestras puertas, esas cuyo conjunto terminará componiendo nuestra historia personal, podemos hacerlo porque ya éramos algo antes y porque seguiremos siendo algo después. Pero lo decisivo es la puerta en sí misma. Y es el conjunto de esta puertas innumerables el que le da forma, estructura, a lo que somos, el que compartimenta nuestras vidas.

Parecería en principio que cada una de estas puertas es etérea, puro presente, un instante, un pestañeo insustancial entre lo que éramos y lo que seremos. Pero no es así. Tienen todas ellas consistencia, dimensiones: altura, anchura y espesor. Gastamos un tiempo en atravesarlas y este tiempo de transición tiene algo de mágico, es una suerte de café con leche en el que se mezclan el pasado y el futuro.  En ese tiempo somos como un revuelto de lo que éramos y lo que seremos. Agudamente conscientes tanto de lo que hemos sido como de lo que empezamos a ser. A la vez nostálgicos  de lo que dejamos atrás e ilusionados respecto a lo que nos llega. O alegres por abandonar un infierno pero temerosos de lo que nos pueda venir. O una mezcla confusa de todo eso.

El caso es que cuando estamos atravesando una de estas puertas nos sentimos vivir con más intensidad que antes o después. Como si estuviéramos palpando con los dedos nuestro cuello, sintiendo el palpitar de las dos arterias carótidas. Ese latir de la vida en nosotros que ahora, en medio de la puerta del cambio de año, se aprecia tan agudamente.

El rey ha muerto. ¡Viva el rey!


Con mi deseo de un feliz 2014 para todos.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Hijos del Sol

Somos hijos del Sol, por eso los humanos más primitivos lo adoraban. Hermanos de los demás animales y plantas, engendrados por la misma estrella, de modo que toda la naturaleza viva comparte el tic-tac fundamental que es la sucesión del día y la noche.

Hay formas de resistencia que prolongan su sueño sin morir durante lo que puede ser muchísimo tiempo solar: las esporas en los microbios y las plantas inferiores, las semillas en las plantas superiores, los estados hibernantes en muchos animales de sangre fría y algunos de sangre caliente que viven en climas imposibles, como los osos en sus montañas heladas durante el invierno.

En cuanto a los humanos, nuestras formas de resistencia, nuestras excepciones al implacable tiempo solar, solo pueden ser culturales. Nos mantenemos vivos, aunque ocultos, en los buenos ánimos que gracias al amor hemos dejado en los demás. En el recuerdo concreto o difuso que de nosotros persiste en otros, ese que se alberga en lo más poderoso que un humano tiene, su memoria.


Este mecanismo de supervivencia es tan indirecto, tan sutil, que lleva inevitablemente a que lo más sólido y persistente de nuestra naturaleza humana tenga que ser espiritual. Así lo muestran la imagen que Narciso dejó reflejada para siempre en el estanque, el vaho húmedo y cálido que una joven soñadora exhaló en el espejo para dibujar sobre él un corazón, aquel beso, aquella promesa, aquel consuelo, aquella carta, aquel apoyo, aquella lealtad, todos aquellos recuerdos imborrables…

martes, 24 de diciembre de 2013

Navidad del 2013

La Sagrada Familia.- Anónimo, España S. XIX
¡Qué año tan terrible este 2013, al menos para mí! Pero como todos los años, ya sean buenos o malos, la Navidad llega puntual envolviéndolo todo de un polvillo mágico, invisible, del que solo puedes percibir el rastro inmaterial que deja.

Se repite el misterio inexplicable, escandaloso, imposible. Dios se hace Hombre encarnándose en el vientre de una mujer virgen. Así Dios acompaña al hombre y a través de él a la Tierra entera. Lo hace desde la humildad más extrema, la del recién nacido, absolutamente necesitado de los cuidados de su madre para sobrevivir. Y viene al mundo con un proyecto quizá todavía más escandaloso que su nacimiento: resucitar después de morir, trayéndonos así a todos la posibilidad de la vida eterna.

Este lenguaje comunicativo nos habla de cuestiones imposibles de comprender con el lenguaje instrumental que usamos para entender el mundo de los fenómenos y las cosas, de las dimensiones del espacio y el fluir del tiempo. Es un lenguaje religioso, que enlaza corazones, ese mismo con el que una madre besa a su hijo o un humano se arriesga por los demás en acciones dudosas porque le parece que es su deber hacerlo.

Respeto a los que no creen en el misterio de la Navidad. Es seguro que son más sensatos que yo. Pero quiero compartir con ellos, desde mi mediocridad, la alegría de estos tiempos que ya vienen.

Te propongo a ti que me estás leyendo, seas quien seas y como seas, el siguiente ejercicio para  estos días: haz un intento inocente de salirte siquiera por unos instantes del espaciotiempo. Hay mil maneras posibles. Contempla algo hermoso, un hijo, un nieto, un niño, un árbol, una nube, un ocaso, un amanecer. Deja que su belleza te inunde. Libérate así de ti mismo, sométete a lo que entra dentro de ti por tus sentidos, vaciándote de tus preocupaciones, tu pasado, tu futuro. Mantente en este intento durante unos minutos, no más de cinco.

Inmediatamente a continuación vuelve en ti. Y cuando lo hagas, repasa una lista que has escrito previamente con unas determinaciones parecidas a las sugerencias que para un día de Navidad hizo Teresa de Calcuta, pero nacidas de ti, de tu determinación y tu libertad. Tales como:

 .- Sonríe a un hermano (un padre, un hijo, un amigo, un vecino) y estrecha su mano o dale un abrazo.

.- Mantente en silencio y escucha con toda tu alma al otro que te habla.

.- Rechaza todo lo que en ti y tu entorno margina a los oprimidos y los destierra de la sociedad.

.- Comparte tu esperanza, esa que tú tienes, la tuya, con los que están desesperados por la pobreza física o espiritual. Pero hazlo concretamente, con hechos que vayan más allá de los buenos deseos. Aunque lo que puedas hacer sea muy poco, no te importe, porque lo grande puede estar en lo pequeño.

.- Reconoce con humildad tus limitaciones y miserias.

Por último, aunque tú lo veas con escepticismo y hasta no te lo creas, dale a Jesús una oportunidad de que nazca para que él pueda entregarse a los demás. Dale siquiera un voto en blanco, una abstención. Y alégrate de que todavía los humanos, pese a todos los pesares y avatares de la historia, sigamos celebrando misterios así.

Feliz Navidad.

lunes, 23 de diciembre de 2013

1938, guerra civil española, en la vanguardia: el sargento de ametralladoras.

Tanto en la entrada anterior como en ésta, referidas ambas a acontecimientos que tuvieron lugar en España durante 1938, en plena guerra civil, quiero referirme a cómo la gente de a pie, los humanos pobres y mayoritariamente inocentes, son víctimas de las guerras inducidas por los forcejeos entre ideologías que, en última instancia, poco tienen que ver con las realidades de carne y hueso que esa gente humillada y maltratada vive.

Hoy narraré otra historia real, la de un hombre de mar que se vio sometido, siendo todavía casi un niño, a los embates de la tormenta más terrible que sufrió en toda su vida, la cual casi acaba con él. La superó gracias a su valor. Esta aventura vital de Antonio Orcha me la contó su propio hijo, Pepe, también hombre de mar y gran pescador, que ha sido protagonista de una de las narraciones marineras escritas en este blog, “Gente de la mar (8).- Boxeo a bordo”.

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El 18 de julio de 1936 Antonio Orcha tiene diecinueve años y ha venido siendo tesorero de la CNT, el sindicato anarquista, en Sanlúcar de Barrameda, desde los catorce, porque es uno de los pocos de sus militantes que sabe escribir y tiene alguna idea de números. Guarda la caja con el dinero de la central sindical en su casa, debajo de la cama de su madre, donde permanecerá intocada, después de que revoluciones y guerras pasen por encima de esta familia, durante muchos años, hasta entrado el siglo XXI.

En Sanlúcar el alzamiento del ejército de Franco ha triunfado, de manera que  Antonio y su hermano mayor  José, entre otra mucha gente de izquierda, han sido encerrados preventivamente en el castillo de Santiago, la vieja fortaleza medieval de los duques de Medina Sidonia. Son momentos de enorme confusión. El golpe de estado diseñado por el general Mola ha fracasado en Madrid, Barcelona y otras muchas regiones españolas. Allí donde ha triunfado, se ha llevado por delante toda la estructura del estado, y grupos paramilitares de derechas  se mueven caóticamente intentando imponer el nuevo orden a través del terror.

A los pocos días, las autoridades responsables del castillo ponen en libertad a Antonio, al comprobar que es casi un niño, pero a José lo envían al penal del Puerto de Santa María, donde nunca llegará, porque unos incontrolados lo fusilan a mitad de camino, dejándolo tirado en la cuneta. Son momentos terribles. A los pocos días, Antonio está una mañana en la plaza del Cabildo de Sanlúcar y es reconocido por un falangista, que quiere llevárselo detenido nuevamente al castillo donde, le dice, ahora no lo va salvar ni la Virgen de la Caridad, que es la patrona del pueblo. Pero Antonio saca su pistola y le dice al falangista que se atreva a detenerlo. Mal debe ver éste la situación, porque se echa para atrás y le dice a Antonio que se esconda, pues lo están buscando para matarlo.

Faluchos aparejados con vela latina, típicos
barcos de pesca en la España mediterránea
 y suratlántica del siglo XIX y mitad del XX
Antonio ha tenido una vida difícil. Se quedó huérfano a los cuatro años y a los ocho, todavía lo recuerda, su madre lo llevó una noche a Bajoguía para que se embarcara, pues los barcos de pesca, las parejas que entonces les llamaban, porque pescaban extendiendo una red entre dos de ellas, solían zarpar de madrugada. Eran barcos, y los llamo así porque tenían cubierta, aparejados con una gran vela latina, y casi ninguno de ellos tenía motor. Antonio se embarcó en las que pescaban la sardina, que llegaban a las costas de Marruecos, a veces tan lejos como Agadir, pasando hasta meses en la mar y conservando las sardinas que pescaban bajo capas de sal, que una vez en puerto se prensaban en barricas de lo que se llamaban sardinas arenque.

De manera que en 1936 Antonio es, pese a su juventud, un curtidísimo hombre de mar. Ante las amenazas de muerte opta por intentar huir. Se juntan unos cuantos de los activistas de izquierda perseguidos y se organizan para que un falucho los recoja en Chipiona y navegue con ellos hasta Tánger, donde estarán a salvo. Pero alguien da el chivatazo, porque la noche de la partida los emboscan en la misma playa y tienen que salir huyendo por piernas, salvándose afortunadamente todos. Antonio vuelve corriendo a casa de su madre y se esconde en un pozo, medianero con la casa del vecino, dentro del que permanece seis meses, en el curso de los cuales vienen a buscarlo, inopinadamente, más de una vez, sin encontrarlo nunca.

La maquinaria de un estado empieza a organizarse en la España franquista, y un día llega una carta del servicio de reclutamiento conminando a Antonio para que se incorpore a filas. Él teme que en cuanto salga a la calle, si sus enemigos lo ven antes de que llegue a las oficinas militares, lo arresten y fusilen, pero también piensa que si consigue alistarse tendrá una oportunidad de salvar su vida. Su hermana Luisa trabaja como sirvienta en casa del comandante de Marina, don Carlos Delgado, al que le cuenta la situación en que está Antonio. Este señor lo acompaña, el día de la citación, a la oficina de reclutamiento, que está instalada en la estación de ferrocarril del barrio Alto, pues los jóvenes alistados saldrán de allí mismo para incorporarse al ejército. Cuando el listero nombra a Antonio, los guardias civiles allí presentes, puesto que figura en algunas listas de busca y captura, quieren detenerlo. Pero el comandante de Marina interviene y ordena que lo embarquen en el tren, que Antonio está bajo su responsabilidad. De este modo consigue romper el cerco a que estaba sometido, salvándose, y en el futuro dará el nombre de Carlos a uno de sus hijos, en agradecimiento y recuerdo de este buen hombre.

Antonio Orcha en 1938, tras recibir sus galones
de sargento de ametralladoras.
Pasa algún tiempo en Ceuta recibiendo instrucción militar. Es corpulento, y lo envían al frente destinado a manejar la ametralladora pesada que apoya a una compañía de infantería. Como su expediente ha viajado con él y es sospechoso, por anarquista, de combatir mal e intentar huir al enemigo, continuamente lo vigila su sargento, que en combate suele estar detrás suya con la pistola montada y casi todos los días le da unas cuantas bofetadas y puntapiés, tratándolo con desprecio. Pero Antonio es valiente. Como casi todos los soldados en casi todas las guerras, combate sin pararse a pensar dos veces en quién tiene por delante, pues sabe que de eso depende su propia supervivencia. Lo hace bien y por eso un día le dan permiso para ir a Sanlúcar, pero nada más llegar tiene que volverse al frente, porque lo denuncian y se encuentra en una situación en la que teme que, a pesar de su uniforme, puedan matarlo. De nuevo en la batalla, se ven un día copados por tres ametralladoras enemigas que, con fuego cruzado, los están diezmando. Antonio coge su ametralladora y se arrima a los nidos de las de los rojos, barriéndolos y salvando así a su compañía de la situación comprometida en que estaba. Por esta acción de guerra lo ascienden nada menos que a sargento.

En cuanto le ponen los galones, reta al que había venido siendo su sargento y amargándole la vida. Salen de la tienda de campaña y pelean. Se dan una paliza de padre y muy señor mío, y a partir de ahí, son amigos y seguirán siéndolo hasta que el otro sargento muera, meses después, en combate.

El comandante de su batallón vuelve a darle permiso para que vaya a Sanlúcar a celebrar su ascenso. Antonio no quiere, porque todavía teme que lo detengan y lo maten. Pero el comandante le dice que se lleve la pistola y le da un salvoconducto por si lo detiene la guardia civil. Y desde que llega al pueblo con sus galones y su pistola, nadie más se atreverá nunca a meterse con él.

El Monte Mallaeta en los 1950's y el fondeadero de Bajoguía, entonces puerto pesquero
 de Sanlúcar de Barrameda
Terminada la guerra, empieza enseguida a patronear barcos de pesca. Un armador del Puerto de Santamaría le da un barco a medias, el Paco Villajoyosa, que mandará hasta 1965, en que se lo echan entre los dos a cara y cruz y le toca a Antonio. Luego manda un barco de Sanlúcar, el Río Guadalquivir, en el que pesca por Marruecos, Mauritania y Senegal. Y después se convierte en armador, empezando a comprar sus propios barcos, el Josefa Gomis, el Monte Mallaeta y por último el Cari.


Durante su vida en la mar, es un hombre duro y ejemplar, el primero en el trabajo y el riesgo, como todos los buenos patrones, de resultas de lo cual pierde un ojo  y casi una mano.

El ojo lo pierde arrastrando frente a Cabo Juby, en el Sahara, un día que arde la mar, como dicen los marineros de Sanlúcar, porque sopla un ventarrón del norte que le da la vuelta a las olas. Tienen la mala suerte de que el arte se enganche en unas rocas del fondo. Inician una serie de maniobras delicadas para recuperarlo. Consiguen halar del arte por su final, por el copo, y cuando lo van izando a bordo uno de los cabos que tira de él se rompe, falta como dicen en la mar, y el extremo roto cruza la cara de Antonio reventándole el ojo izquierdo. Pese a ello, Antonio quiere reiniciar la maniobra de recuperar el arte, pero su tripulación no le hace caso y ponen rumbo a Las Palmas de Gran Canaria, donde lo ingresan en el hospital.

El accidente en que casi se queda manco es parecido. Ahora están arrastrando frente al cabo Blanco, frontera entre el Sahara Español y Mauritania, o en el 21, como dice la gente de la mar, que distingue los caladeros africanos por el paralelo en que se sitúan. Van a chorrar, es decir, a cobrar el arte. Antonio está junto a la maquinilla que, a popa del puente, hará todo el trabajo de izado. Otra vez se enroca súbitamente el arte y, como consecuencia, falta un cabo que le golpea en el codo y está a punto de arrancarle el brazo. Tienen que desembarcarlo en La Güera y desde allí llevarlo en avión a El Aiún y luego a Las Palmas donde consiguen salvarle un brazo izquierdo que se le queda, no obstante, chungo para siempre.

En esta línea sigue moviéndose su vida, siempre en aguas lejanas y el primero en las faenas de riesgo. Antonio se hace famoso entre los patrones por enrolar en su tripulación a los marineros que nadie quiere, por rebeldes o pendencieros, a los que sabe darles una oportunidad y sacarles partido, pues muchas veces son, además de difíciles, gente capaz de trabajar bien si se la motiva. Es un patrón duro, pero también justo, excepto con su propio hijo, con el que a veces se pasa de exigente porque quiere convertirlo en todo un hombre. También es compasivo con los marineros más viejos, a los que dispensa de las faenas más duras y protege cuando la mar hace difícil el trabajo en cubierta. Es, por último, un hombre de palabra, como siempre lo ha sido esa gente de la mar que, sola entre las olas y los vientos, no puede protegerse de la naturaleza y el destino detrás de ningún papel.

Sus hombres temen sus malos humores, producto de sus preocupaciones. Por eso se sienten seguros y cómodos cuando, en un buen día de pesca, con mar bonancible, Antonio baja una de las ventanas del puente y asomándose con los brazos hacia fuera, empieza a canturrear la única canción que se le conoce, El Novio de la Muerte, el famoso canto de la Legión española:

Nadie en el cuerpo sabía,
Quién era aquél legionario,
Tan audaz y temerario,
Que a la Legión se alistó.

Nadie sabía su historia,
Mas la Legión suponía,
Que una pena le roía,
Como un lobo el corazón.

Y al regar con su sangre la tierra ardiente,
Murmuró el legionario con voz doliente:

Por ir a tu lado a verte,
Mi más leal compañera,
Me hice novio de la muerte,
La estreché con brazo fuerte,
Y su amor fue mi bandera.


Porque todos saben que cuando Antonio canta estas estrofas, por muy trágicas que sean, es que las cosas van bien y el futuro próximo, el único que es razonable considerar entre las incertidumbres de la mar, se presenta risueño.

domingo, 22 de diciembre de 2013

1938, guerra civil española, en la retaguardia.


En septiembre de 1938, fecha que firma la carta que se reproduce en esta entrada, se está ya en el tercer y último año de la guerra civil española. Desde un punto de vista estrictamente militar, el ejército de Franco tiene asegurada la victoria, pues solo quedan en manos de la República Cataluña, Madrid y el cuarto de España que se extiende entre Madrid y el extremo sudeste de la Península. Pero la II República, gobernada por Negrín, no se rinde a la espera de que la Guerra Mundial se inicie y el conflicto español se internacionalice.

La carta la escribe un hombre culto desde una cárcel de un pueblo de la provincia de Sevilla. Es una petición de auxilio a un amigo influyente que vive en esta última ciudad. Dice así:

<<Me encuentro detenido por el comandante militar de esta villa y a disposición del Sr. Auditor de Guerra de esta región a virtud de denuncia presentada esta tarde por el director de la Caja de Ahorro de la Diputación provincial al comandante de este puesto de la Guardia Civil en la que dice que en conversación tenida con él esta tarde menosprecié el Bando del General con relación a los préstamos hechos a los cultivadores de trigo suponiéndome un rojo quizá peligroso.

Los hechos acaecidos son los siguientes:

Esta tarde un pegujalero de ésta que tiene recibido un préstamo de cuatrocientas pesetas me abordó diciéndome que habían estado dos señores a hacer efectivo el préstamo que recibió y en el caso de no hacerlo a reclamar el trigo declarado en la comarcal como recolectado por él y que hace unos días había tenido necesidad de venderlo para pagar los gastos de siega de dicho trigo y acarreo de las gavillas a la era; pero que tenía un poco (sic) de maíz, que por causa de la lluvia de estos días había retrasado su singrane, y en cuanto estuviera en condiciones de venta la efectuaría y con su importe y cien pesetas que le habían sobrado de la venta del trigo tenía sobradamente para abonar la cantidad que le reclamaban y que estaba dispuesto a abonarla.

Que a pesar de este expuesto los mencionados señores, con frases poco tranquilas, le habían manifestado que había cometido un delito vendiendo el trigo y que iría a la cárcel si no otra cosa peor que seguramente le ocurriría, poniéndose el pobre hombre en un estado de ánimo que daba compasión y me suplicó que me esperara un momento porque los estaba esperando para que yo con más tranquilidad les expusiera los motivos que había tenido para vender el trigo y sus propósitos de reunir el dinero con el maíz y pagar la obligación por completo.
No se hicieron esperar y entonces yo limitándome a exponerles la situación angustiosa de aquel hombre que para recolectar ochocientos setenta y cinco kilos de trigo que fue todo lo que vendió y pudo recolectar de cinco fanegas de tierra había tenido necesidad de gastar en siega y acarreo de mieses a la era trescientas pesetas quedándole tan solo cien pesetas que les ofrecía de momento y además la promesa de liquidar por completo con el maíz que tenía pasados tres o cuatro días, y que merecía otra consideración si se tenía en cuenta que este hombre de no haber tenido formalizada esa operación le hubiera salido más ventajoso abandonar el pegujal y no proceder a su recolección que en el actual año resultaba ruinoso; a esta consideración contestaron que de haber realizado ese hecho lo hubieran fusilado.

Otras consideraciones que me permití hacerles referente a lo recientemente legislado respecto a aplazamiento y fraccionamiento de préstamos del crédito agrícola no quisieron escucharlas y en forma brusca se retiraron.
Vista esta actitud y apreciada por mí en sus justos términos, aconsejé al interesado viera la manera de adquirir dinero a cuenta del maíz que tenía, en cantidad suficiente para liquidar la obligación por completo y así lo hizo, lo encontró y la pagó.

A las dos horas de esto me vi sorprendido por requerimiento de comparecer al cuartel de la Guardia Civil para notificarme la denuncia, contestándole con gran asombro mío pues en los diez minutos escasos que yo hablé con aquellos señores, no hubo la menor incidencia que pudiera justificar el hecho que realizaban y que a la hora en que a mí me requerían ya ellos habían abandonado el pueblo.

El hecho de hacer la denuncia no puedo atribuirlo más que a un acto realizado con ligereza y poco meditado porque no ocurrió en nuestra conversación nada que pueda justificarlo.

El procedimiento que usarán con el atestado, según me dicen es remitirlo mañana a la Auditoría y esperar órdenes al Comandante militar respecto a mi detención, y espero que V. gestione de quien corresponda se solucione este asunto lo más rápidamente posible pues yo estoy perplejo con lo ocurrido.

No tengo para qué decirle, puesto que V. lo sabe de sobra, cuáles son mis ideas de toda la vida, mi vida y aficiones políticas, mi conducta con el Movimiento, el tributo que le llevo rendido y demás circunstancias que V. conoce, que me ponen ideológicamente de los rojos a mayor distancia de la que nosotros estamos de la luna.
Le saludo
                                                       Septbre 1938>>
  
No hay nada de extraordinario en esta carta, que tiene sin embargo el valor inmenso de la autenticidad. No se escribió para que la leyera yo, quedó enterrada bajo mucho polvo y papeles viejos hasta que casualmente la encontré entre las ruinas de la que fue casa de mis padres. Desde el momento en que la leí me pareció preciosa: refleja un estado de vida y un estado de ánimo, es un testimonio fresco, veraz, de cómo se vivían cotidianamente en España aquellos tiempos trágicos. Es, en muchísimos sentidos, historia químicamente, filosóficamente, dialécticamente, emocionalmente pura. Todo eso me conmueve.

1938 fue un mal año agrícola. Además los campos de España estaban arrasados por la guerra, y las conquistas que la España franquista iba haciendo la llevaban a tener más y más bocas que alimentar. El trigo, base del pan, componente básico de la dieta española, adquiría así una enorme importancia social. Los cultivadores de trigo, como el pegulajero (pequeño labrador) al que la carta se refiere, estaban obligados a vender toda su producción al Estado a un precio intervenido. El mercado de los alimentos estaba sometido a un programa de racionamiento, cada familia tenía una cartilla con la que retiraba de los comercios a un precio asequible los escasos alimentos básicos que le estaban autorizados. Como contrapartida a todo esto se había desarrollado en la zona franquista el llamado estraperlo, un mercado clandestino de alimentos en el que estos nunca faltaban pero había que pagarlos a precios altísimos. Todo ello hacía que algunos agricultores vendieran a algunos panaderos el trigo por libre, con el que se hacía pan que luego se comercializaba de estraperlo. Este podía haber sido el caso del pegujalero en cuestión, que ahora se veía sometido a la presión de los que le habían prestado dinero para que cultivara trigo, en definitiva, del Estado. Pero es probable que, siendo un pequeño agricultor, solo pretendiera sobrevivir a los desastres de la guerra. Quizá es esto lo que justifica que el autor de la carta que comento diera la cara, por así decirlo, en su defensa.

Por debajo de la situación narrada emerge con toda su frescura viva la realidad de una guerra que, como todas las guerras, se caracteriza por que la fuerza de la razón ha sido sustituida por la razón de la fuerza. Los derechos humanos han sido suspendidos indefinidamente, en tanto lleguen la victoria o la derrota. No existe una justicia independiente, todos los poderes, ejecutivo, legislativo y judicial, están en manos de la autoridad militar competente. Una situación que lleva a que cualquiera que forme parte de la estructura del Estado se crea autorizado para exhibir un poder tan absoluto como arbitrario, de vida o muerte. Como lo hacen en esta historia los representantes de la Caja de Crédito, que amenazan al pobre pegujalero “con frases poco tranquilas”  haciéndole ver “que había cometido un delito vendiendo el trigo y que iría a la cárcel si no otra cosa peor que seguramente le ocurriría”, poniéndolo así en “una situación angustiosa” que lleva al anónimo escritor de esta carta a emprender con gallardía su defensa, lo cual hace que los de la Caja le mencionen la posibilidad del fusilamiento ante una rebeldía abierta. Todo lo cual conduce a que el defensor se encuentre encarcelado indefinidamente, por eso pide ayuda a un amigo influyente, capaz de cortocircuitar un sistema arbitrario, haciéndole ver además que está  “ideológicamente de los rojos a mayor distancia de la que nosotros estamos de la luna”.

Testimonio directo, sí, de la realidad de una guerra, éste de hoy tomado de su retaguardia. Mi padre, que la vivió entera como teniente médico en el bando franquista, me contó muchas más anécdotas de las que él fue testigo. Como la mayoría de los españoles era apolítico, la guerra civil le partió la vida por la mitad. Una guerra que fue, por otra parte, una vergüenza y una tragedia histórica para España, en la que los dos bandos incurrieron en una responsabilidad histórica semejante, unos por provocarla, los otros por llevarla a su término terrible. En la que ambos bandos se mancharon de sangre inocente.  Y de la que fueron finalmente responsables las revoluciones y contrarrevoluciones que ya estaban en marcha en Europa y que desembocaron en la II Guerra Mundial.

Como en tantas guerras civiles que se suceden continuamente a lo ancho del mundo. Como en Siria, Sudán o el Sahel, por mencionar algunas de las más próximas. Los que las sostienen, permiten y alimentan están casi siempre muy lejos de los teatros bélicos y a veces ni siquiera son plenamente conscientes de su responsabilidad inductora.

Les pasa en esto como al Diablo. ¿Alguien puede creer que el Diablo, cuando se contemple en el espejo de su palacio infernal, piense de sí mismo que es un mal bicho?


domingo, 15 de diciembre de 2013

La secesión catalana, ¿síntoma de una enfermedad española?

La necesidad de leer la realidad que subyace a  las apariencias.

¿Y si en vez de ser los políticos nacionalistas los que se han puesto delante de los ciudadanos catalanes para conducirlos hacia la independencia, son los ciudadanos catalanes los que se han puesto a huir hacia ninguna parte obligando así a sus políticos a correr por delante de ellos para no ser atropellados?

Pero ¿se puede huir hacia ninguna parte? Toda huida lo hace. Se huye de algo, no hacia algo.

Y ¿de qué pueden estar huyendo los ciudadanos catalanes? De lo que, cada uno a su manera regional, están huyendo otros muchos ciudadanos españoles. De España, desesperanzados  respecto a ella, llenos de dudas acerca de su futuro.

Desde esta perspectiva, el problema que en estos días se pone de manifiesto ruidosamente en Cataluña sería compartido por todos los españoles. Como en la Primera República, como en la Segunda.

Lo único peculiar de Cataluña es que, merced a sus específicos componentes culturales, cree estar dirigiéndose hacia una alternativa exógena, hacia una patria chica en la que poderse refugiar.

Pero en verdad, lo repito, está huyendo de España, tiene miedo de España, desesperanza respecto a España, ve con pesimismo, si es que siquiera lo ve, un futuro español para sus nietos.  Por eso corre despavorida.

La única solución a la crisis catalana, a la amenaza de secesión, tanto para los catalanes como para el resto de los españoles, pasa por Madrid y se extiende a toda España. Los españoles con poder o influencia tienen que ponerse las pilas. Empezando por los políticos. Los tiempos exigen no el consenso, sino la concertación nacional. Y no para prohibir o dejar de prohibir, sino para construir una esperanza de futuro.

Para ponerse de acuerdo en una estrategia educativa, energética, científica, tecnológica, laboral, sanitaria, que lleve hacia un futuro que como mínimo no empeore el presente. Comprometiéndose todos juntos con ella. De esto se trata, no de cambiar o dejar de cambiar la Constitución. Ni de teorizar, elucubrar, maniobrar o conspirar.  Ni, muchísimo menos, de mirarse el ombligo propio. Se trata de ver el mundo futuro, proyectarse en él y trazarse un camino hacia él compartido por todos.

Hay que declararle la guerra al desaliento español. Para hacer creíble a los jóvenes que los viejos cuentan con ellos, más aún, que los necesitan. Para convencer a los ciudadanos de que sus dirigentes, no solo pero sobre todo los políticos, están dispuestos a luchar por un futuro común y son, ante todo, patriotas. Sí, patriotas. Nada hace más falta.

Parodiando lo que el ministro Margallo dijo en su día respecto a Gibraltar,

PARA LOS POLÍTICOS  Y PARA TODOS LOS DEMÁS PODERES ESPAÑOLES,


¡SE HA ACABADO LA HORA DEL RECREO!



domingo, 1 de diciembre de 2013

Caballo desbocado

La extraña sensación de que tu tiempo transcurre a una velocidad enorme, inimaginable. Te levantas muy temprano, todavía es de noche, empiezas a escribir y antes de que puedas darte cuenta ya son las diez de la mañana. Luego el día pasa volando, como las nubes lo hacen hacia el norte, tan blancuzco y neutro como ellas. Cuando regresa la noche, quieres leer algo en la cama pero enseguida irrumpe la madrugada, lo hace como un antiguo tren expreso saliendo de un túnel, implacable, imparable.

¿Cómo podrías detener a ese tiempo cruel, convencerlo de que estáis los dos agotados, de que es imprescindible que hagáis un alto en el camino? No te escuchará, lo sabes. Tu tiempo es sordo, se esconde en lo más hondo de tu cerebro, muy por dentro de tus oídos, incapaz por eso de percibir tu voz. Además tiene muchísima prisa, va a llegar tarde, va a llegar tarde. Huye a la vez que persigue, sin saber de qué ni a qué.

Galopa tu tiempo como un caballo enloquecido por el vuelo inoportuno de una mosca. No podrás pararlo.



Caballo enloquecido por la guerra
(trozo del Guernica de Picasso, mural de azulejos, Guernica 2009)
(tomado de Wikipedia)