miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD 2014

Tengo la costumbre de escribir todos los años en mi blog una entrada sobre este día, sin duda la fiesta más importante y entrañable del año. Pasaré esta noche aquí en Punta Tilduco, solo con la naturaleza, que no es poco. Serán las primeras Navidades que pasaré solo en mi vida, así lo he elegido yo, aunque esa soledad será nada más que aparente.

Hoy me he puesto el gorro de teólogo, qué osadía, y me apetece escribir sobre el significado religioso de la Navidad. No estoy ni muchísimo menos facultado para hacerlo, soy un cristiano que como muchos otros oscila entre la fe y el olvido, moviéndose en una línea de sombra, en este mundo en el que cada día te hacen más difícil creer en algo. Aun así, me vale la pena intentar profundizar en lo que la Navidad, una fiesta que se ha hecho tan convencional y consumista, significa desde un punto de vista religioso.

Empiezo afirmando mi identificación con la visión de Simone Weil acerca del acto de creación por Dios del mundo y el universo entero (está en mi entrada en este blog, “La Creación y el problema del Mal en Simone Weil”, 21 enero 2013). El Dios de los filósofos, ese Dios que era nada más que la causa primera de un mundo rabiosamente antropocéntrico, murió hace tiempo, Nietzche levantó el acta notarial de ese hecho. El Dios en el que seguimos creyendo muchos es un Dios del amor y en el amor, que crea el Universo, en el que está nuestro mundo de humanos, en un acto de amor, retirándose para dejarle un sitio. Por eso toda perspectiva sobre la acción de Dios en el mundo tiene que asumir que lo que mueve esta acción es nada más que el amor. Ese amor de Dios respeta nuestra libertad y es por eso que el Mal, junto al Bien, están presentes en este problemático mundo nuestro.

Y supuesto que la relación de Dios con el hombre está movida por el amor, y además que en este Mundo que Dios nos ha creado el Mal está presente como consecuencia indispensable de la libertad que Dios nos dio, no solo al hombre, sino al Universo entero que ha evolucionado en el azar  siguiendo sus propias leyes, supuesto como digo todo eso,

la relación del hombre con Dios será siempre una relación de salvación. Dios, a pesar de la libertad que nos ha dado, no nos deja solos. Pero como los humanos estamos inmersos en el espaciotiempo, nuestra relación con Dios se desarrolla en el tiempo y es una historia, la Historia de la Salvación.

Esta historia, como cualquier otra, se va escribiendo. Su contenido fundamental es un diálogo entre Dios y el hombre. Lo escrito hasta ahora puede dividirse, desde un punto de vista cristiano respetuoso hacia otras religiones, en tres etapas:

Primera etapa: desde la aparición del hombre hasta su expulsión del Paraíso.

Segunda etapa: desde la expulsión del Paraíso hasta el nacimiento de Cristo.

Tercera etapa: desde el nacimiento de Cristo hasta su anunciada Segunda Venida y con ella el fin de los tiempos. Lo vivido hasta ahora por los humanos de esta última etapa es la vida oculta de Jesús, su testimonio público en el que nos predica una religión basada en el amor fraterno y nos anuncia la posibilidad de una vida eterna,  su muerte en la cruz y su resurrección al tercer día como prueba de otra vida después de la muerte para todos nosotros. Desde nuestra perspectiva espaciotemporal, esta tercera etapa de la historia de la salvación está todavía escribiéndose.

Pues el día de Navidad conmemoramos precisamente la culminación de la Segunda Etapa, con el nacimiento de Cristo, el Dios hecho hombre, del vientre de una mujer judía y pobre, en el borde de un camino cuando están huyendo de un peligro de muerte.

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La Primera Etapa de esta historia está escrita en el Génesis. Transcribiré aquí y ampliaré ideas que ya he escrito en este blog (“Resurrección”, 18 agosto 2013). Dios expulsa a los primeros humanos, Adán y Eva del Paraíso porque han perdido la inocencia. Ese pecado
Expulsión del Paraiso.- Gustave Doré
original lo transmiten a toda su descendencia. Cuando yo era un niño no podía comprender que Adán, tan lejano en el tiempo, hubiera pecado en mi nombre. Ahora lo entiendo. Aquel pecado original de Adán lo era del Homo sapiens y tan inevitable como darwiniano. La evolución de los primates llevó al hombre a desarrollar un neocortex cerebral que le cambió la vida. Gracias a él era capaz de crear símbolos y conceptualizar ideas, pudo inventar el lenguaje y puso en marcha la evolución cultural. El amor, que había nacido como el que la madre siente por su hijo en los animales superiores, lo llevó la mujer, personificada en Eva, hasta sus límites y más allá. Ya no era solo el amor de la madre por su hijo, también el de la mujer amada por su amado y viceversa, y el amor a los padres, los hermanos, los miembros de la familia, el clan, la tribu. Finalmente ese amor alcanzó hasta a los que morían. Se les quería, se les lloraba y echaba de menos. Los humanos se resistían a la muerte, la consideraban inaceptable. Luchaban contra ella con dos armas: la medicina del shamán, que era técnica y terminó en ciencia, y la magia del mismo shamán, que era espiritual y terminó en religión. Los humanos rechazaban la ley del eterno retorno de la naturaleza, hecha de ciclos inacabables de estaciones y años, de vidas y generaciones, en los que la muerte no era más que un hito en un camino circular. Una ley esta que sí acataban los animales superiores. Los humanos no querían morir o querían otra vida después de la muerte, para encontrarse otra vez allí con los seres queridos. Este es, me parece a mí, el significado de esa pérdida de la inocencia que denuncia Dios en el Paraíso y que implica, inevitablemente, la expulsión inmediata de Adán y Eva. Y es original este pecado porque será el pecado de todos los humanos, incluso el mío o el de cualquier otro niño inocente, ya que lo llevamos en nuestra naturaleza de Homo sapiens, nuestro neocórtex, nuestro DNA.


La condena por este pecado original es que la mujer para con dolor un niño cuyo cerebro y por tanto su cráneo han crecido más que las posibilidades de dilatación vaginal en el parto. Y que, dadas las constricciones físicas mencionadas, necesitando este supercerebro del recién nacido mucho desarrollo postparto, la madre debe entregarse totalmente a los muchos cuidados postnatales necesarios. Y la condena del hombre es tener que ganarse el pan con el sudor de su frente porque metido en el trance de desarrollar las herramientas que necesita para sobrevivir (el fuego, la flecha, el hacha), inventa el trabajo que es inevitablemente esfuerzo doloroso.

El lenguaje religioso se diferencia mucho del que empleamos en nuestras vidas diarias para comunicarnos. No se dirige al cerebro, sino al corazón. No es técnico, sino poético. Por eso muchas veces es difícil de entender. Y el colmo del lenguaje religioso es el que emplea Dios para hablarnos a los humanos, que somos limitados y no podemos comprender ahora cosas que llegarán a pasar cuando ya hayamos muerto y que Dios, que está fuera del tiempo, quiere revelarnos. La conversación que Dios mantiene con el hombre, incluso en la más radical intimidad de éste, no va dirigida a su cerebro, sino a su corazón. Por eso el hombre necesita de la fe, que es una disposición de ánimo y una entrega incondicional, para entenderle.

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Tras la expulsión del Paraíso empieza la Segunda Etapa de la Historia de la Salvación. Pese a haber pecado, Dios le promete al hombre el perdón, la redención de su pena. Para entender cabalmente lo que quiero decir hay que tener siempre presente que estamos empleando un lenguaje religioso y que confundirlo con un lenguaje instrumental nos llevará a no entenderlo.

Todo el Antiguo Testamento, es decir, el Judaísmo, vibra durante siglos manteniendo viva la esperanza humana en la llegada del Mesías que traerá la culminación de esa promesa de redención del pecado original.

Y un día, porque tiene que ser así, porque los humanos vivimos en el tiempo, el Mesías llega, al menos eso es lo que creemos los cristianos. Y no viene como un guerrero más, ese León de Judá que vencerá definitivamente a los enemigos del pueblo judío e instaurará en el mundo la paz y la justicia con la fuerza de Dios.

No.

Llega por sorpresa como un recién nacido desvalido, hijo de una mujer judía y pobre cuando ésta va huyendo de los verdugos para salvar la vida de su niño.  

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Nacimiento de Jesús.- Gustave Doré
Esa llegada está llena de misterios y contradicciones. ¿Cómo puede nacer del vientre de una mujer virgen un niño que además es Dios e hijo de Dios? Ese es el gran escándalo, el escándalo incomprensible en términos instrumentales que celebramos hoy, día de Navidad. Para los cristianos, que aceptamos ese escándalo desde la fe, el día de Navidad es luminoso y está lleno de alegría. Un día en el que un nuevo acto de amor de Dios, envuelto en el misterio, nos introduce en la Tercera y definitiva Etapa de la historia de la salvación.

Este Jesús niño crece humilde y silencioso, y cuando se hace un hombre se proclama hijo unigénito de Dios y predica la doctrina del amor fraterno. Es considerado subversivo y ajusticiado con muerte en la cruz. Tras la muerte de Jesús tiene lugar un acontecimiento todavía más incomprensible que su nacimiento: ese hombre crucificado en el Gólgota resucita a los tres días. Y cuando lo saben resucitado los cristianos comprenden inmediatamente cuál era el significado completo de la venida de Jesús al mundo, que a pesar de que él lo proclamaba continuamente no habían llegado a entender. Con Jesús, con su nacimiento como hombre, su muerte y su resurrección, Dios nos envía el perdón definitivo del pecado original. Ese perdón no es otro que la promesa de vida eterna, es decir, de resurrección después de la muerte. Como Jesús ha resucitado, así nosotros los humanos resucitaremos también en el último día.

Esta segunda parte del mensaje de Jesús, la promesa de la Resurrección para todos
Resurrección de Jesús.- Gustave Doré
nosotros, debe unirse a la primera, el mandato del amor fraterno. Y las dos juntas componen lo que a mí me parece que es el meollo del compromiso cristiano: estamos en este mundo para consumirnos totalmente, quemar todos nuestros talentos, en el desarrollo en nuestras vidas del Sermón de la Montaña, que es el corazón de ese mandato del amor fraterno. Y después de una vida descarnada al servicio de esa promesa, podremos alcanzar la vida eterna. Este compromiso tendrá que ser llevado  humanamente, con más o menos intensidad según sean las posibilidades de cada uno, hasta un final que es a la vez un principio.

De manera que, tras intentar explicar estos misterios con la mejor voluntad, a mí me queda claro que el día de Navidad representa para los humanos el tránsito entre una etapa de espera, la Segunda, y otra de esperanza, la Tercera y definitiva. Mediado este tránsito por una mujer, María, y su niño recién nacido, Jesús. Curiosa analogía con la transición de la Primera a la Segunda Etapa, mediada por una mujer, Eva, y su amor terrenal, Adán. La mujer siempre como inspiradora o mediadora de la Historia de la Salvación. En esto, dentro del cristianismo, ha puesto el acento principalmente el catolicismo, con su devoción a la Virgen María.


Esto es  lo que soy capaz de escribir. 

Feliz Nochebuena a todos. 

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