viernes, 19 de agosto de 2011

Monjes y ermitaños (y 6).- La Cartuja: por qué y para qué.


Llego hoy al final de esta serie sobre los cartujos. A lo largo de las cinco entradas anteriores he intentado explicar quiénes son estos monjes eremitas, cómo viven, cuáles fueron  algunos momentos culminantes de mi corta relación con ellos, nunca olvidada. Ahora me toca hacer balance y sacar algunas conclusiones.

(1).- ¿Por qué los cartujos?
Porque desde que en el siglo XI huyera del mundo para vivir como eremita un brillante universitario alemán, Bruno de Hartenfaust, fundador de la orden cartujana,  ha habido un flujo de hombres y mujeres que han sentido en lo hondo de su condición humana la misma llamada misteriosa que sintió San Bruno y la han seguido.
Desde sus comienzos la Cartuja se ha mantenido fiel a sí misma, sin cambios en su modo de vida. Como proclaman con orgullo los cartujos, “Cartusia nunquam reformata quia nunquam deformata”, es decir, “la Cartuja nunca ha sido reformada porque nunca se ha deformado”. Entrar definitivamente en la Cartuja sigue siendo hoy, en los comienzos del siglo XXI, cruzar la puerta de una extraña máquina del tiempo que transporta al valiente que lo hace hasta el siglo XI y allí lo deja.
Al menos eso es lo que parece. Pero ¿verdaderamente es así? No, rotundamente no. Esa extraña máquina, que para el cartujo es por cierto la mano de Dios que tira de él, lo que hace es sacar al cartujo del tiempo, liberarlo de él. El lema de la Cartuja lo expresa con admirable precisión: “Stat crux dum volvitur orbis”, que quiere decir “firmes junto a la cruz mientras que el mundo, el orbe celeste entero, giran y giran alrededor de ella”.

Bien cierto es que este girar del orbe es el creador del tiempo. La rotación de la Tierra alrededor del eje formado por sus polos crea los días, y con ellos las horas, minutos y segundos. La rotación aparente de todo el firmamento alrededor del eje que une a la estrella Polar con el centro de la Tierra, que no es sino el reflejo antropocéntrico de dos movimientos, la rotación de la Tierra sobre el eje polar y su traslación alrededor del Sol, crea las estaciones y los años. Estos giros incesantes y complejos son, en efecto, los creadores del tiempo, pero no de nuestro tiempo interior, sino de ese tiempo externo que es el de los relojes y el del mundo. Al entrar en la Cartuja el humano que lo hace da un salto y se sitúa junto a la cruz, al pie de ella, evadiéndose así del tiempo mundano y su continuo girar.
Una visión del cielo nocturno hacia el Norte, con tres constelaciones marcadas: la Osa Mayor, a la izquierda, la Osa Menor en el centro y Casiopea a la derecha.  Así es más o menos como puede verse desde el Sur de Chile, muy bajo este conjunto sobre el horizonte. En la Osa Menor, Polaris es la estrella aislada en el extremo inferior derecho de la constelación, que marca la dirección del Polo Norte. Toda la Osa Menor, es decir, las seis estrellas restantes, gira alrededor de Polaris en sentido contrario a las agujas de un reloj, completando un giro en 24 horas. Este es el reloj del cielo, el que usaban los navegantes antiguos durante sus guardias oceánicas, también los monjes para determinar con precisión cuando había que tocar a Maitines. Siempre que no hubiera nubes, claro.
El escudo de la Cartuja refleja muy bien este salto misterioso. La Cruz a cuyo pie se sitúa el cartujo está sobre el mundo, en un Polo Norte místico, apuntando desde allí a las siete estrellas de la Osa Menor, en cuyo centro se representa a Polaris. Entre la Cruz y Polaris definen un axis mundi, el mismo eje del mundo, por cierto, que tan importante es para los chamanes siberianos y americanos, alrededor del cual gira todo el Universo. Lo mismo que el chamán mapuche se liberaba del tiempo escalando el eje del mundo desde su rewe hasta el cielo, el cartujo lo hace apretándose junto a la Cruz, donde el movimiento mundano ya no existe. ¿Por qué lo hace? Porque busca acercarse a Dios de la forma más descarnada posible. Ese es su objetivo fundamental, por extraño que pueda parecernos a los que permanecemos en el mundo.

2).- ¿Para qué los cartujos?
¿Para qué ese descarnado querer acercarse a Dios? Para adorarlo y amarlo. Esa, así de sencilla, me parece a mí que es la vocación del cartujo.
Pero ¿significa esto que el cartujo es un desequilibrado que ansía ser abducido por una extraña divinidad alienígena?
Sin duda que no. La obsesión vital del cartujo, su ocupación fundamental, es la oración. Rezar es, en definitiva, hablarle a Dios, un proceso complejo en el que existen varios niveles o etapas sucesivas. La más elemental es la que se llama oración de petición, en la que el que reza pide por sí mismo, por su salvación, su purificación, su salud, su paz interior, la lista podría ser larguísima. Luego está la oración de intercesión, en que se pide a Dios por los demás, por los seres queridos, o los enfermos, o los oprimidos, o el mundo entero. Después viene la oración de adoración, en la que quien reza se limita a adorar a Dios, o por expresarlo mejor, al nombre de Dios. Pero ¿qué es eso de adorar? Pues someterse a Dios, rendirle pleitesía, exponerse ante Dios desde la conciencia de lo miserable y pequeño que es el que lo adora, también desde el sentimiento de cuánto necesita y añora a Dios. Finalmente está el grado más alto, la oración de contemplación, cuando la oración se convierte en un silencio inefable en el que quien ora experimenta la unión mística con Dios, eso que Wittgenstein describía en la proposición 6.522 de su Tractatus lógico-philosophicus con las siguientes bellísimas palabras: “Existe en efecto lo inexpresable. Tal cosa resulta ella misma manifiesta; es lo místico”.
Pero los cartujos, pese a haberse situado en el axis mundi, se saben formando parte de un todo humano que es la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo, lo que en términos laicos equivaldría a la Humanidad entera. Ese formar parte de lo humano es para los cartujos un compromiso ineludible, se saben un zarcillo de la vid humana que se ha enredado al axis mundi, nada más. Son conscientes de que al dedicar sus vidas a adorar y contemplar a Dios es toda la Humanidad quien, a través de ellos, lo está haciendo. Esa es su misión, su para qué.
Manifiestan los cartujos con este compromiso una visión holística del mundo, contradictoria con el reduccionismo imperante en nuestras sociedades occidentales, que están estructuradas sobre una base de mecanismos separados, diferencias, divisiones y compartimentos estancos.

No es extraño que el mundo actual no los entienda, más todavía, los ignore. En sus tiempos de máximo esplendor, la orden cartujana llegó a tener más de 200 monasterios con 4.000 monjes y monjas, repartidos por toda Europa. Hoy solo quedan abiertos 23 monasterios, 18 masculinos y 5 femeninos, con poco más de 500 monjes y monjas. El mundo, en general, desconoce la existencia de los cartujos. Más aún, la ignora, porque es incapaz de comprenderla. En un mundo que se ha hecho unidimensional, que vive al ritmo de un tiempo acelerado en el que todo tiene que cambiar y no hay espacio sino para lo inmediato, los cartujos no pueden ser sino una curiosidad desconectada del resto de las cosas, prescindible, solo admisible si no cuesta ni pretende demasiado.
En los  Diálogos de Miraflores, ante la pregunta de qué piensa la orden cartujana acerca de su futuro, los monjes responden:
“En cualquier caso, la Orden sigue su camino sin preocuparse mucho, al parecer, por aumentar el número de sus monjes. Cada vez se exige mayor edad para ingresar; aumentan los ya largos años de probación y se exige más a los aspirantes. Ni los Estatutos Renovados (1973) ni los Estatutos de la Orden Cartujana (1983) han cedido a la fácil tentación de «dulcificar» la observancia, conscientes de que, en definitiva, el cartujo no puede tener otro apoyo ni otra razón de ser que Dios solo. La Cartuja es lo que es, o dejaría de ser la Cartuja. Durante siglos ha sido y sigue siendo uno de los caminos más sólidos de vida cristiana que la Iglesia ofrece al mundo”.
“El cartujo no puede tener otro apoyo ni otra razón de ser que Dios solo”. Ellos lo han dicho y no hacen falta más explicaciones.

(3).- Mi despedida.

Yo no fui capaz de quedarme en la Cartuja. Enseguida me di cuenta de que aquello no era para mí. Me parece que el padre Maestro de Novicios también se dio cuenta de inmediato. Yo era entonces una especie de “joven Werther” desesperado por la desaparición de su amada “Casilda”. Iba en busca de una Cartuja romántica, pues romántico era yo, de elevadas contemplaciones místicas y durísimos rigores ascéticos. Lo que me encontré fue un grupo de monjes sencillos como niños, dedicados a la oración y felices en su inconmovible amor a Dios. Mi distancia psicológica de ellos era fenomenal. Yo no iba buscando la paz ni el amor de Dios, sino intentando ahondar en lo trágico, lo romántico, hasta lo esotérico. Agradezco la generosidad y la paciencia que los cartujos tuvieron conmigo, y supongo que no será el mío el primer caso de este tipo que se hayan encontrado.
 La Cartuja es abierta y fraternal con los que llaman a su puerta pero estricta y exigente con los que permanecen dentro de ella. Allí no hay sitio para desequilibrios o fragilidades de ningún tipo, aceptarlos sería su destrucción. Los cartujos son sometidos a exámenes psiquiátricos relativamente frecuentes. La admisión definitiva no tiene lugar, por otra parte, sino tras más de 7 años de permanencia en el Monasterio.

Pese a mis limitaciones, creo que tuve suficiente sensibilidad para captar el espíritu de la Cartuja, que me fascinó y me dejó marcado para siempre. Aprendí el inmenso valor espiritual del silencio, comprendí que la sencillez, el despojarse de todo lo accesorio, el renunciar a cualquier tipo de protagonismo intelectual y el acostumbrarse a vivir con austeridad y ánimo de pobreza, todo eso, ayuda eficazmente a alcanzar el nivel de felicidad al que es razonable aspirar en esta vida.

Finalmente, mi estancia en la Cartuja despertó en mí un interés por el fenómeno místico que ha persistido durante el resto de mi vida. Leí con pasión a Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, el maestro Eckhart, Miguel de Molinos, Plotino, muchos más. Comprendí que el fenómeno místico está presente, con características muy parecidas, en todas las grandes religiones, que es a través de lo místico como puede entenderse que lo religioso enraíza en lo más profundo de la naturaleza humana. La cual naturaleza del Homo sapiens es tricotómica, eso también lo aprendí en los místicos, aunque lo habían puesto de manifiesto los primeros Padres de la Iglesia, muchos de ellos griegos, egipcios o del Asia Menor. Una tricotomía hecha de cuerpo, alma o psique y espíritu, siendo este espíritu el único soporte  que nos permite a los humanos relacionarlos con lo trascendente, además de nuestro tesoro escondido, el de cada ser humano.

Pese a todo ello, no soy un creyente ejemplar, muchas veces dudo de que llegue siquiera a ser un creyente. Soy un territorio tormentoso asolado por crisis de fe, no solo en Dios, también en el Hombre, la Ciencia o la Historia. Un humano a caballo entre los siglos XX y XXI, inmerso en los ruidos y los brillos de lo mundano, aunque eso sí, suficientemente interesado, hasta capturado a veces como un insecto en verano, por el resplandor de lo religioso. Y tengo claro lo que no hace muchos años dejó dicho el gran teólogo jesuita Karl Rahner: “el cristiano del siglo XXI, será místico o no será”.

En cuanto a los padres y hermanos cartujos de Miraflores, vaya desde aquí para todos ellos mi abrazo fraternal. No los olvidaré. Y si algún joven de los que me lea se anima a llamar algún día a sus puertas, contará con mi admiración y mi apoyo, aunque eso, por supuesto, no va a servirle para nada, precisamente por lo cual puede serle más valioso.

Referencias:
Dos referencias fundamentales para conocer y comprender la Cartuja tal y como los propios cartujos la ven.
.- La página web de la Gran Cartuja, sede central de la orden cartujana, situada en los Alpes franceses (puede leerse en español). http://www.chartreux.org/es/frame.html
.- La página web de la Cartuja de Miraflores. http://www.cartuja.org/ 

LAUS DEO


Detalle del San Bruno de Pereira, en la Cartuja de Miraflores, Burgos, España

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