martes, 31 de enero de 2012

Europa sin rumbo

La crisis económica no deja de profundizarse en la Unión Europea, quizá porque la alimenta una mucho más preocupante crisis política y social. Política por la ausencia de un liderazgo que el sistema hace imposible, social por el envejecimiento demográfico y, como consecuencia, la ausencia de valores capaces de sobrevivir a largo plazo.

En el collage que he fabricado,  la bandera de la Unión Europea va siendo corroída de fuera adentro. En el centro aparecen algunos líderes europeos manifestando distintos tipos de impotencia. Arriba David Cameron, del Reino Unido, parece hacer con un dedo el gesto obsceno de "que os vayan dando", dirigido al Eurogrupo, esa mayoría de la Unión que ha adoptado el Euro como moneda. En el Centro, los dos copresidentes de la Unión Europea, Barroso (Comisión) y Van Rompuy (Consejo), manifiestan la perplejidad de dos burócratas sin poder efectivo que se están preguntando, "¿qué hacemos dos chicos como nosotros en un sitio como éste?". A la derecha la Sª Merkel, líder de Alemania, hace su gesto típico de "hasta aquí hemos llegado, eso no lo voy a consentir", refiriéndose a las políticas que han seguido USA y el Reino Unido para intentar salir de la crisis financiera, fabricar muchísimos billetes nuevos. Mientras que a la izquierda Sarkozy el francés puntualiza algo acerca de alguno de los mil problemas todavía sin resolver, abajo Rajoy el español, en el que he querido representar a todos sus colegas del Sur ( Portugal, Italia, Grecia y Spain), esos a los que el fino humorismo de la City londinense llama los PIGS, y a los que los franceses, evocando a Lafontaine, llaman los "países cigarra", naciones todas ellas sometidas a unos ajustes durísimos que difícilmente podrán superar sin ayuda eficaz de los de arriba, ese Rajoy, parece que se está diciendo, "estoy acongojado, siento que mis dos pelotas se me han subido hasta la garganta, pero espero superarlo".

¿Qué diablos está pasando y cuáles son los peligros reales de que todo explote? Daré mi opinión, la de un ciudadano de a pie que tiene tiempo de leer lo que pasa y aplica a esta lectura su sentido común y sus lentes de viejo.

1).- El disparador de esta crisis ya existencial de la Unión Europea ha sido la crisis financiera que tuvo su origen en 2008 y en Wall Street, con la desdichada historia de las hipotecas subprime y su titularización en los activos que se llamaron "tóxicos", una aventura especulativa que bordeó la estafa.
Estos hechos tuvieron grandes consecuencias en Europa. Aunque pequeño, todo un país como Islandia entró en bancarrota. El Reino Unido, un 10% de cuyo PIB se genera en la City, también sufrió mucho, pero pudo reaccionar devaluando brutalmente la Libra esterlina, que ha llegado a depreciarse hasta la mitad de lo que había venido valiendo durante años. Entre los países del Eurogrupo, Alemania tenía una economía floreciente y generaba muchos excedentes; sus bancos habían invertido probablemente mucho en activos tóxicos norteamericanos, también habían regado de euros otros países de la Unión Europea, como España, prestando dinero fácil a un bajo interés. Los bancos españoles habían usado este dinero barato para inflar una burbuja inmobiliaria, concediendo préstamos al sector de la construcción e hipotecas a los consumidores españoles, para que unos construyeran y otros compraran las viviendas. El gobierno español también había podido colocar sus bonos soberanos entre los bancos alemanes a un bajo interés, y este dinero fácil, unido al todavía más fácil que provenía de los impuestos obtenidos de la actividad del floreciente sector inmobiliario y de las subvenciones de la Unión Europea, lo llevaron a creerse que España era rica, y como buen gobierno socialdemócrata dirigido, para desgracia de España, por políticos manifiestamente incompetentes en lo económico, a derrochar el dinero público en un sinfín de episodios de gasto injustificables.

2).- Pero respecto al contenido de esta crisis financiera, nunca se nos ha dicho a los ciudadanos de a pie toda la verdad. Porque no han sido los ciudadanos los responsables de lo que está pasando, sino eso que llaman los Mercados, es decir, los poderes financieros globalizados, más la banca de los países afectados más su clase política, instalada en el caso de España tanto en el gobierno central como en los autonómicos y locales.
Sin embargo, todo parece indicar que van a ser los ciudadanos los que paguen el pato, mientras que banqueros y políticos pasarán a través de la crisis con relativo desahogo. Y eso que la mayoría de los ciudadanos afectados por la crisis, lo que ha demostrado hasta ahora es más su deseo de ahorrar, hipotecándose para comprar una vivienda, que de gastar, mucho menos de despilfarrar.

3).- El problema político europeo que esta crisis financiera pone de manifiesto tiene dos caras. 
Una es lo lejos que está la Unión Europea de ser considerada una suerte de megapatria por las distintas patrias que la integran. Los viejos particularismos están rebrotando con una fuerza preocupante. Inglaterra vuelve a refugiarse en su insularidad, Alemania parece sentirse más atraida por su hinterland continental, el mismo del viejo imperio austrohúngaro, que por un Mediterráneo del que desconfía y del que solo demanda su sol y sus playas. Se empieza a trazar una línea divisoria de incomprensión mutua entre los noreuropeos y los sureuropeos, los rubios y los morenos, los protestantes y los católicos, etc. Estos particularismos infectan el interior de las más viejas naciones europeas: Escocia coquetea con una posible separación de Inglaterra, lo mismo hacen Cataluña y Vasconia con respecto a España, por no referirme a lo que todavía está pasando en la antigua Yugoslavia. Todo esto huele a decadencia de una Unión Europea que aspiró a alcanzar alturas imperiales, pero que ahora desconfía de si misma, tiene miedo al futuro y quiere protegerse detrás de sus particularismos.
La otra cara es la de la incapacidad de diseñar políticas a largo y muy largo plazo, que muestran tanto la Unión Europea, gestionada por altos funcionarios con un talante burocrático, como las democracias nacionales que la integran, cuyos gobernantes viven al ritmo de periodos electorales muy cortos, entre tres y cinco años. Ni Merkel, ni Sarkozy, ni Cameron, ni Rajoy ni Monti ni cualquier otro político europeo se atreve hoy a permitirse el lujo de ser un estadista, tiene que estar pendiente de lo que sus electores esperan de él en el corto plazo, también de apagar fuegos con la rapidez de un buen bombero, eso es todo.

4).- En cuanto al problema social, puede expresarse en dos palabras: EUROPA ENVEJECE, por el momento sin remedio. Este envejecimiento la lleva a mirar el futuro, que no ve como suyo, con escepticismo. Y no envejecen en Europa solo los viejos, lo que sería natural, también lo hacen los jóvenes, aquí es donde está el verdadero problema. Unos jóvenes europeos demasiado volcados en lo inmediato, quizá por miedo a ese futuro, demasiado convencidos de que el cambio de época, que es lo que probablemente necesita ya el mundo, no podrá llegar sino mediado por guerras, violencia y sufrimiento, y se resisten a entrar en ese juego.

En fin, que en Europa estamos ante problemas mucho más serios que el simplemente financiero. Y que no resolveremos este último mientras que no seamos capaces de encarar los otros, los de fondo, el político y el social. No es la primera vez que nos pasa esto, ni será la última, porque la historia, como casi todas las cosas, se mueve en los tiempos largos con una  cinética ondulatoria.

Tenemos que creer en nosotros mismos, convencernos de que lo europeo, que es mucho más que lo alemán, lo inglés, lo francés, lo español, lo italiano, etc,  por separado, es todavía necesario para el resto del mundo. Quizá, incluso, más necesario que nunca. Y tenemos también que decirnos la verdad y no tener miedo.

Para terminar, me gustaría recordarles a los centroeuropeos lo que pasó a mediados del siglo XX con las máquinas fotográficas alemanas y los relojes suizos. Llegaron un dia aciago los japoneses y barrieron para siempre de la faz del mundo estas maravillas tecnológicas, símbolos hasta entonces del saber hacer europeo. Algo parecido le pasó poco después a los automóviles norteamericanos con los japoneses y los coreanos. Ahora y en el futuro, ¿qué sorpresas podrán depararnos los chinos?

La riqueza de Europa está en su asombrosa diversidad, que es necesaria en su totalidad para la construcción de esa Europa del futuro que quiere ser la Unión Europea. Lo más valioso que tenemos los europeos no son las máquinas ni los dineros, sino la imaginación y los valores. Además de nuestra historia común, y ello a pesar de todo el sufrimiento y la injusticia que también hemos ido repartiendo por el mundo.


Chiste de "El Roto" en el periódico español "El País"


lunes, 30 de enero de 2012

Todo se derrumba



Hoy me siento bajo una sensación de mareo, consciente de la situación de equilibrio inestable en la que transcurren nuestras vidas, sumidas en un vértigo, un temblor, que puede ser divertido o preocupante, según el tema de fondo que estemos considerando.

“Todo se derrumba” es el título de la primera novela africana que leí, hace ya muchos años. Su autor, Chinua Achebé, un nigeriano de etnia Ibo, describe magistralmente el derrumbamiento de la cultura africana en una aldea a la que llegan los blancos, no en forma de soldados, sino representados por un misionero anglicano, aunque los soldados están detrás. Esta novela  es uno de los mejores libros que se ha escrito sobre el significado del colonialismo, que es destrucción cultural antes que dominación económica. Lo curioso es que este derrumbamiento cultural, Achebé lo describe muy bien, no es administrativo ni político, sino que transcurre en el corazón de las personas, se hace por individuos dominantes actuando, sin reparar en las consecuencias de lo que hacen,  sobre individuos dominados, que tropezando unos contra otros terminan derrumbándose todos juntos.




Amine Boustil (2010).- Nyesha dreams (La caja de Pandora)
Los griegos representaron estos derrumbamientos con un mito, el de la caja de Pandora. Abres algo que debería haber permanecido cerrado, o liberas algo que tendría que haber seguido encadenado. Esto pone en acción fuerzas que no se saben o no se pueden controlar, con lo que todo se va descoyuntando paso a paso, hueso a hueso.

Escandalizar a los inocentes es una forma de abrir esta caja. Pero hay muchos más ejemplos. Uno, muy actual, es el del hiperliberalismo que ha resultado en una desregulación total de los mercados financieros, y con ello en la cadena de grandes crisis económicas que, derrumbando el viejo orden capitalista, puede llevar al mundo a un cambio de época, es decir, de civilización y de cultura. En otro orden de cosas, cada uno de nosotros lleva dentro su propia caja de Pandora, que es su subsconsciente, su monstruo verde, su Hulk. Jugamos con él cada noche cuando soñamos, y nos engañamos respecto a estos juegos en el recuerdo que de ellos nos queda, para que no se derrumbe nuestra conciencia, al menos así lo vio el gran Freud.









Pero hay otros mecanismos que pueden llevar al derrumbe de lo establecido.




Foto tomada del blog Cabo Leeuwin
Uno es el que actúa sobre los equilibrios inestables, es decir, sobre la inmensa mayoría de los equilibrios. Basta con una fuerza muy pequeña, que cuando aplicada en alguno de sus talones de Aquiles puede llevar a todo un inmenso sistema al más aparatoso derrumbamiento. Un ejemplo divertido de estas situaciones es el de los castillos de naipes. Somos niños y hemos estado levantando con sumo cuidado nuestro castillo de naipes, hasta que un movimiento muy pequeño, el temblor que deja en la casa un coche que pasa por la calle o el soplo de un suspiro, inicia un derrumbamiento incontenible; nosotros nos reímos, era el final emocionante que estábamos esperando, jugando se aprende a vivir. Otro ejemplo es el de los magnicidios, otro el de los atentados terroristas, unos y otros pretenden destruir algo que está en equilibrio inestable, y la historia está llena de este tipo de acciones, la última más significada es la destrucción de las Torres Gemelas, en Nueva York, que ha iniciado una confrontación de la que ya han derivado dos guerras, en Irak y Afganistán, y otra que puede venir pronto, en Iran.




Maitena.- Círculo vicioso
Un segundo mecanismo derrumbante es el de los círculos viciosos. Llueve mucho, caminamos por una senda que se abre trabajosamente entre el bosque espeso y de pronto nos encontramos ante un charco que empezamos a cruzar, pero su fondo es cenagoso; cada paso que damos para querer avanzar nos va hundiendo más y más en el barro, así hasta que quedamos atrapados o incluso peligran nuestras vidas, como pasaba en la escena de las arenas movedizas de las viejas películas del Oeste. Un círculo vicioso de especial significación en nuestros días es el del calentamiento global; una parte importante del calor que nos llega del Sol es reflejado al espacio por la blancura del hielo que cubre las regiones polares; pero a medida que el calor aumenta este hielo se va fundiendo, convirtiéndose en agua azul marina que ya no refleja el calor, sino que lo absorbe; a más calentamiento global, más fusión del hielo, más agua líquida capaz de absorber calor,  más calentamiento,… etcétera, en una espiral de calentamiento creciente. Otro círculo vicioso afecta al CO2 atmosférico, que tiene la propiedad de absorber el calor que reflejan la tierra y el mar, impidiendo así que se pierda en el espacio exterior, este es el efecto invernadero; a más CO2 atmosférico, más calor, más calentamiento del mar, más liberación del CO2 que está disuelto en las aguas marinas, más CO2 atmosférico, más calor,… etcétera, en otra espiral de calentamiento creciente.


Uf!, puedo dar la impresión de que me estoy pasando, casi todo lo que llevo escrito es pesimista o fatalista. Pero hay otra cara esperanzadora en este asunto, y voy a asomarme ahora a ella.

Si todo se derrumba, también lo hace aquello que nos limita o condiciona. Si existen las cajas de Pandora, también están esas otras en las que guardamos nuestros secretos más preciosos, esos que son capaces de llenarnos de energía creadora. Los equilibrios inestables no solo afectan a lo que nos sostiene, también a lo que nos oprime. Y si hay círculos viciosos, también los hay virtuosos.

Todo, antes o después, termina derrumbándose, lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, lo liberador y lo opresivo. Por eso los humanos, lo queramos o no, recorremos nuestras vidas destruyendo y creando, desmontando y reconstruyendo. No hay otro camino.

sábado, 21 de enero de 2012

Frida Kahlo (1939).- Las dos Fridas.


Muchos conocemos la apasionada vida de Frida Kahlo a través de la película que interpretó Selma Hayek. Fue la mujer de Diego Rivera, el inmenso pintor muralista mexicano, ella misma una pintora de muchos cuadros hermosos, casi todos autorretratos. Frida es, lo digo en presente porque su memoria estará viva mucho tiempo, una persona interesantísima, atormentada por su propio genio, ése que le rebosaba por todos los poros de su cuerpo y su alma. Es uno de los más interesantes arquetipos de la mujer de nuestro tiempo,  una contradicción permanente y creadora, amante a la vez pacífica y tempestuosa de otro genio, Rivera, al que nuca se sometió, sometiéndose, y al que amó hasta el extremo en que el amor empieza a encontrarse con el odio.  Latinoamérica puede sentirse orgullosa de haberla aportado al mundo, lo digo porque a Frida, personaje universal, no se la puede entender sino desde sus raíces latinoamericanas.

Entre las genialidades de Frida figura la de haberse pintado a sí misma fea, muy fea, cejijunta y con bigote, quizá queriendo manifestar así su rebeldía ante esa obligación de depilarse y maquillarse que ha sentido la mujer civilizada de todos los tiempos. Pero Frida no era fea, muy al contrario, era una mujer interesante y atractiva, con una mirada a la vez penetrante y ensoñada. Para demostrarlo presento en esta entrada algunas fotos suyas en diferentes etapas de su vida.
Una Frida joven, soñadora y arrogante

El autorretrato que quiero comentar hoy, "Las dos Fridas", lo pintó en 1939, y es quizá el único autorretrato escindido en dos de toda la historia de la pintura. Eso lo hace particularmente interesante y  me ha inducido a traerlo aquí.

A Frida la descubrió artísticamente André Breton, el padre del surrealismo. Sin embargo, ella siempre negó que su pintura fuera surrealista. "Yo no pinto lo que sueño, sino lo que veo", algo así era lo que decía enérgicamente, para rechazar que la adscribieran a una escuela determinada. Nadie iba a ser capaz de meter a Frida en una jaula.

En 1932, la Frida feliz con su don Diego
"Las dos Fridas" tiene una interpretación nacida probablemente de lo que la propia artista dijo del cuadro. Frida lo pintó en 1939, poco después de separarse de Diego Rivera. Las dos Fridas son la mexicana que vemos a la derecha del cuadro, a la que Diego amó, y la europea que está a la izquierda, en la que Frida se convirtió con la fama y los viajes. Las dos comparten, a través de un sistema circulatorio común, la misma sangre, que las alimenta desde el retrato de un Diego Rivera niño que la Frida mexicana tiene en su mano izquierda, y que se pierde por la arteria rota que la Frida europea mantiene cerrada o abierta, a su voluntad puede que autodestructora, con unas pinzas sujetas con su mano derecha.

Pero a esta entrada le va llegando ya su momento contemplativo. De una obra de arte grande, como es el doble autorretrato de Frida, no debe hablarse mucho, hay que mirarla desde el silencio, dejando que cada uno la contemple a su manera, como a una imagen sagrada, y la recree en lo más hondo y sensible de si mismo.

Otra foto de los 1930  y esa mirada soñadora
de siempre
Yo solamente quiero decir una cosa: Frida representa en su cuadro una verdad esencial de lo humano, algo que la mayoría de los autorretratos se dejan atrás. Esa verdad que Heráclito fue el primero en descubrir y que se cumple no solo en lo humano, sino en la naturaleza de todas las cosas. Se trata de la dualidad fundamental de todo ser_en_el_tiempo, que simultáneamente es ya y no es todavía,  cuyo presente es un conflicto permanente entre su pasado y su futuro, entre lo que fué y lo que llegará a ser, lo que no fué y lo que no llegará a ser, lo que fué y lo que no llegará a ser,  lo que no fué y llegará a ser, etcétera.

Ese conflicto crea en cada instante de tiempo dos seres distintos dentro de una misma persona. En su fondo, es el mismo conflicto que nos han mostrado, cada uno a su manera, otros dos grandes artistas que también han tenido su entrada en este blog, Bacon con su Head III y Escher con sus mosaicos perfectamente complementarios, en blanco y en negro.

Frida asume esta realidad esencial en su cuadro. Nos la presenta con una inocencia abrumadora, para que la comprendamos de una vez por todas. Solo por eso ya es una gran artista.

Una Frida mayor, en la que lo soñador 
de la mirada se ha teñido con un
 cierto desencanto
La lección práctica que yo saco de esta contemplación es que si quiero librarme de mi angustia, al menos mitigarla, tengo que asumir esta naturaleza escindida, contradictoria, opuesta en sus partes, de lo más íntimo de mí mismo. Que me obliga continuamente a apaciguar o a elegir.

Pero creo que me estoy pasando. Esto que acabo de decir no es sino una interpretación personal, poco más que una humilde receta.  Por respeto a la obra de arte que estoy comentando, y a esa gran Frida a la que admiro, más me vale callarme. Ya.

martes, 17 de enero de 2012

La inspiración

Paul Klee (1925).- Sonido antiguo; abstracto sobre negro

Esencial para todo trabajo creador, el del artista, el escritor o el científico, la inspiración va mucho más allá, acompañando a cada humano constantemente en el tránsito de su vida. Ella es la que nos permite ver lo insospechado, que sin embargo estaba delante de nuestros ojos.

Se parece al viento. Llega cuando menos la esperas, te sorprende la dirección desde la que sopla y por lo tanto no puedes prever hacia dónde te va a llevar. Levanta la niebla que cubre mucho de lo que te rodea, permitiéndote reconocer paisajes nuevos que estaban escondidos tras el silencio. Así cambia tu mundo.

También tiene semejanzas con  la lluvia en el desierto. A mí me llovió una madrugada en In Salah, un oasis del Sahara argelino donde no habría llovido desde hacía meses y hasta años. Te cuesta trabajo evitar que un acontecimiento así no te parezca un presagio, y por eso empiezas a sentirte inspirado  y a soñar despierto.

La inspiración recuerda a la luz de la Luna  en cuarto menguante, que nace en mitad de la noche trayendo con ella las sombras de todo lo que te rodea, dándole así profundidad a lo que inmediatamente antes estaba en tinieblas.
Y es como esa mirada que cruzas con un transeúnte anónimo, que te revela, tal que un relámpago, la existencia de una curiosidad, hasta una atracción, entre dos que jamás volverán a verse.

El enamoramiento, esa maravillosa enfermedad de la juventud, también es una forma de inspiración. Va mucho más allá de una reacción hormonal. Gracias a él ves en la persona amada toda la belleza que contiene, que hasta entonces te había sido velada por la indiferencia pero que, ahora te das cuenta, estaba en ella desde siempre.

El mismo amor en su sentido más profundo, ese que te haría dar tu vida por lo que amas, también nace como una inspiración, desde dentro de ti. Porque puede que la inspiración necesite una chispa venida de fuera, hasta un soplo divino, para encenderse. Pero su combustible, esa leña lista para quemarse en luz, está dentro de cada uno de nosotros, esperando.

jueves, 12 de enero de 2012

Gente de la mar (y 11).- Leyendo el destino (2006)


Es propio de la condición humana el tener que enfrentarse con la desgracia, antes o después, a lo largo de la vida. Y propio de ella es asimismo el intentar comprenderla, en el sentido de averiguar cuáles son sus orígenes, causas y justificaciones.

En tiempos antiguos, cuando los humanos eran todavía muy ignorantes pero también eran ya profundamente racionales, los orígenes de la desgracia estaban puestos en los poderes ocultos, que se extendían desde los dioses, generalmente benefactores, hasta los demonios más malignos. Estos poderes, opuestos en sus naturalezas buena o mala, luchaban por causa de ello entre sí, en el misterioso más allá del espacio y el tiempo, donde residían. Pero estas luchas se reflejaban inevitablemente en nuestro mundo, que al fin y al cabo no era más que un pliegue minúsculo en la gran túnica de la realidad, o un reflejo del inmenso universo de los espíritus.

Todo lo que acontecía en nuestro mundo no era sino la proyección en el plano real de movimientos que tenían lugar en el más allá, donde fuerzas espirituales animaban a masas espirituales a entrechocar unas con otras. Todo, es decir, también la desgracia. De manera que si algún humano estuviera dotado de poderes que le permitieran comunicarse con el mundo de los espíritus, este humano podría intentar neutralizar con sus palabras mágicas las desgracias que se estaban abatiendo sobre nosotros o, en dirección opuesta, llamar la atención de fuerzas malignas hacia nuestro bienestar, de manera que nos inundaran de desgracia.

Este era el entorno de la magia. Un mago era alguien capaz de controlar los efectos que en nuestro mundo real tienen las luchas entre las fuerzas antagónicas del mundo espiritual. Los dos poderes más importantes de un mago eran la hechicería y la adivinación. Mediante la primera, el mago era capaz de inducir efectos malignos sobre sus enemigos o neutralizarlos sobre sus amigos. Mediante la segunda, el mago era capaz de prever el futuro, es decir, de destruir la barrera con la que el tiempo limita nuestras vidas, las ciega.

A medida que la humanidad fue progresando o, dicho de forma más realista, navegando en el océano de su historia, hizo una serie de hallazgos que la liberaron de alguna manera de este mundo supersticioso de lo mágico.
El primer gran hallazgo, sin duda el más importante, fue el del Dios único, un Dios que estaba muy por encima de ese universo tormentoso de lo mágico y lo mitológico, pero que se comunicaba con cada uno de nosotros, y esa comunicación, misteriosa e impredecible, podía llegar a ser  lo más importante de nuestras vidas.
El segundo gran hallazgo fue el de los filósofos, que comprendieron que el humano racional era un constructor infatigable de paradigmas y utopías, y que apoyándose en unos y otras  podía intentarse mover el mundo, en el camino de hacerlo más feliz.
El tercero fue el de los científicos, que se dieron cuenta de que lo verdaderamente importante para enfrentarse efectivamente con la desgracia no era llegar a saber cómo era el mundo, sino simplemente cómo funcionaba.

En nuestro tiempo, todas estas herencias culturales viven mezcladas en aparente confusión, pero manteniendo cada una su identidad, agregadas unas a otras, no disueltas unas en otras. Y muy en particular, porque es el caso que nos interesa, están presentes entre la gente de la mar.

En cualquiera de los barcos pesqueros que hemos visitado en esta serie coexisten todas esas herencias. El barco puede llevar amuletos mágicos, aliñados por brujas o santas, escondidos en sus rincones más ocultos o pintados como ojos en sus amuras. O una imagen de la Virgen del Carmen en el puente, o algunas estampas de la Madre de Dios en los mamparos de las literas. Convicciones políticas de izquierda o derecha conviven desde las cabezas de sus distintos tripulantes. Y un montón de tecnología, en forma de aparatos medidores o de conocimientos de sus patrones, controla y anima el faenar diario. Porque un barco pesquero es, en definitiva, un microcosmos de la entera condición humana, y si algo tiene de particular es, por una parte, la ausencia de la mujer, es decir, de la dulzura y la compasión abundantes, y por otra la presencia frecuente de la desgracia, dada la dureza imprevisible de un medio como el marino.

El entrechoque de estas distintas herencias tiene a veces efectos graciosos. En un barco marrajero patroneado por un gran amigo mío, convivían un patrón de papeles ateo hasta la médula de sus huesos, con bastantes marineros muy supersticiosos. Naturalmente, en el trabajo diario en la mar quedaban superadas estas diferencias. Pero a veces, cuando pasaban días en los que la pesca no iba bien, los marineros supersticiosos empezaban a presentir malos designios o malos rollos de fuerzas misteriosas, y el patrón de papeles ateo empezaba a aburrirse. Entonces podía suceder que el ateo, cuando estaban todos comiendo alrededor de la bancada, trepara al palo mayor y dirigiéndose al cielo empezara a gritar:
- ¡Dios!... ¿Dónde estás?... ¿Qué haces?, pero sobre todo, ¿qué de malo te hemos hecho nosotros a ti?... ¿No dicen que eres infinitamente bueno e infinitamente poderoso? Pues si es así, ¿por qué no permites que pesquemos algo, de manera que podamos ganarnos la vida?... ¿O es que acaso no eres tan bueno o tan poderoso como algunos se creen?
Los marineros supersticiosos lo escuchaban aterrorizados, pensando que estaba blasfemando, y en cuanto podían se quitaban de en medio.

Hay, en efecto, gente supersticiosa en la mar, quizá mucha. La gente simplemente religiosa, o filosófica o científica, que también la hay, es más fácil de entender. Estando convencido de que no se puede trazar un retrato completo de la gente de la mar sin considerar esa cuarta cultura de lo supersticioso, lo mágico, lo ancestral, que pervive con mucha salud en los barcos pesqueros, he querido conocer el punto de vista de una relatora de la misma, una persona a la que los pescadores acuden en busca de ayuda en esta dimensión de lo mágico.

Para ello he visitado a la que muchos considerarían una simple echadora de cartas. La he elegido porque sé que acude a ella mucha gente de la mar, patrones y armadores de barcos pesqueros, en busca de ayuda, es decir, que tiene una cierta especialización funcional en ese mundo de las aguas profundas y lejanas.
Vive en una ciudad grande, y se desenvuelve como podría hacerlo un médico en su consulta particular. He llamado por teléfono para solicitar una cita, y sin preguntarme nada más que mi nombre, me la han dado para un mes después, porque la lista de espera es abultada. Cuando por fin ha llegado la fecha, he viajado hasta allí. A primera hora de la mañana me he dirigido hacia la consulta, que está en un edificio lujoso del centro comercial de la ciudad. En la sala de espera está una mujer mayor, de aspecto pueblerino, que ha entrado a verla antes que yo y ha salido pronto.
Luego he pasado a su despacho, y me he encontrado con una mujer de edad mediana y aspecto agradable y educado, que me ha hecho sentarme frente a ella en una mesa circular. Las paredes del despacho están cubiertas de diplomas y algunos cuadros con motivos religiosos, y en una esquina próxima al balcón que da a la calle hay una mesa rectangular, una verdadera mesa de despacho de aspecto profesional, mientras que la mesita circular ante la que nos hemos sentado, con faldas de camilla y dos sillas, ocupa el centro de la habitación.
Carmeluchi, porque ese es el nombre ficticio que voy a darle, me ha invitado a sentarme ante ella y me ha dicho que tengo buen aura, que soy una persona a la que le interesa filosofar, escribir, hacer el bien a los demás. Le he hablado entonces de forma muy general acerca de que estoy trabajando en un libro sobre la gente de la mar, e intento documentarme en todos sus aspectos, uno de ellos éste, porque me han dicho que muchos pescadores acuden a ella.
Me ha contestado amablemente que en efecto es así, e inmediatamente ha cogido la baraja de Tarot que tiene ante sí y ha hecho ademán de empezar a echarme las cartas. Pero le he dicho, con cierta brusquedad derivada de mi nerviosismo, que preferiría que no lo hiciera. Ella se ha quedado algo sorprendida, con la baraja todavía en la mano. Le he explicado que preferiría que respondiera, si le parece bien, a un cuestionario que he preparado. Lo comprende inmediatamente, me dice que sí, deja la baraja en la mesa y espera mis preguntas con la misma actitud amable que ha mantenido desde el principio. Con esta estructura de entrevista mantenemos una larga conversación, que resumo en el texto que sigue.

Carmeluchi empieza por decirme que la naturaleza, y hablando de modo más general todo el universo, es una mezcla de fuerzas positivas y negativas, que se oponen y luchan entre sí. Y que lo mismo sucede en la mar, como parte de aquélla que lo es.  Estas fuerzas positivas y negativas se distribuyen de forma aleatoria a lo largo y lo hondo de las aguas y sus fondos. Existen zonas peligrosas, por diferentes causas, por su magnetismo, porque supuran un magma extraño, por otras razones conocidas o no, en las cuales los hombres de la mar y sus barcos pueden sufrir daños. En contraposición, también hay zonas buenas, positivas y beneficiosas, donde la gente de la mar puede encontrar salvación o, muy frecuentemente, buena pesca.
La gente de la mar busca el consejo de personas como ella. También la ayuda o la protección que pueden derivarse de cosas dotadas de poderes positivos, como el cuarzo, la ruda o el romero, adecuadamente manejadas por ella. Pero teniendo en cuenta que se trata de gente cuya vida es difícil e incierta, lo que busca no son consejos generales o consuelo, sino soluciones a sus problemas prácticos. Que son de dos grandes tipos. Primero, acerca de las fuerzas positivas: dónde está el pescado, por dónde va a entrar este año, qué oportunidades pueden surgirme en el futuro que no puedo dejar de aprovechar, etc. Segundo, relacionadas con las fuerzas negativas: cómo saber si alguien me está queriendo hacer daño, y a partir de ahí cómo prevenirlo o remediarlo.

Así, muchos armadores le piden a Carmeluchi que prepare cristales de cuarzo para proteger a sus barcos, llevándolos incrustados en alguna parte del puente. En barcos que atraviesan una etapa sostenida de mala suerte, se puede quemar romero para purificarlos. Y cualquier barco debe llevar siempre algo de sal, porque protege contra el mal.

En cuanto a los seres humanos, está claro que, lo mismo que el resto del universo, podrían describirse como campos de batalla de fuerzas positivas y negativas. De manera que, en un intervalo de tiempo o ante unas circunstancias dadas, hay humanos que se comportan bien y otros que lo hacen mal, y en períodos más largos, como el conjunto de toda una vida, hay humanos a los que puede calificarse de buenas personas y otros que son mala gente. Esta gente mala, si te cruzas en su camino, sabiéndolo tú o no, está dispuesta a lo que sea para castigarte, haciéndote daño, y acude a donde sea preciso, a los ámbitos más oscuros y tenebrosos, para comprar ese poder mágico capaz de hacerte maleficios que te traigan la desgracia. Estas amenazas hay que ser capaz de prevenirlas, o detectarlas y curarlas. Y ella es capaz de hacerlo, más aún, ella practica eso que algunos han llamado magia blanca o benéfica, sanadora y liberadora, en contraposición a la magia negra, maléfica, que hacen otros que también andan por las calles y tienen consultas abiertas. 

Entramos en el mundo de los conjuros, en los que se utilizan viejas recetas, siguiendo aquella antigua regla mágica de que en nuestro mundo real hay objetos y estructuras que poseen semejanzas misteriosas con otros del mundo trascendente, de tal modo que podemos mover a estos últimos moviendo a los primeros. Aquí es donde se utilizan el cuarzo, la ruda, el romero, la sal, que ya ha mencionado, junto con otros muchos elementos.

En lo que se refiere a la adivinación, que incluye tanto la capacidad de ver lo actualmente escondido como de prever el futuro, ella tiene una capacidad de adivinar intrínseca a su persona, con la que ha nacido. No sabe por qué, pero sí que la tiene, como intentaré explicar después. Esto es lo que muchos llaman poderes, una gracia misteriosa en la que radica todo el proceso adivinatorio. Carmeluchi utiliza las cartas del tarot, pero no porque haya en esta cartas nada sobrenatural, sino como un puente, un vehículo, entre ella y la persona a la que le está adivinando el presente o el futuro. Las cartas hacen más fácil la relación con la persona analizada, la convierten en menos temerosa, le permiten abrirse más, sin sentirse en manos de la adivina. Eso es todo.

De entre la gente de la mar, ¿quiénes y cómo son sus clientes? Pues hay de todo. A veces acuden los propios hombres de mar, sin acompañamiento, pero hoy día es más habitual que lo hagan con sus mujeres, o que éstas vengan solas, a hacer consultas importantes para su hombre, incluso consultas que solo son importantes para ellas mismas, aunque muchas veces en relación con su hombre. También es frecuente, en lo que se refiere a la gente de la mar, que vengan a la consulta juntos los varios dueños que comparten la propiedad de un barco, cuando se trata de plantearse un problema del que el barco es el protagonista, que puede ser, por ejemplo, cuando se sospecha que es el barco el que está sufriendo los efectos de un maleficio dirigido específicamente contra él. Y en estos casos puede venir a la consulta bastante gente, varios miembros de una familia, o de dos familias distintas cuando éstas son copropietarias de un barco, lo que es frecuente.

Finalmente me habla de sus poderes, que como ya me dijo son innatos. ¿Por qué cree ella que los tiene? Desde chiquitita notó que los tenía, se encontró con ellos, eso es lo que había. Y me cuenta para hacérmelo comprender algunas anécdotas de cuando era muy pequeña, cinco o seis años.
Carmeluchi fue capaz de describirle a su madre las personas que había en la habitación cuando ella nació, con todo lujo de detalles, sin que hubiera ninguna posibilidad de que se hubiera enterado por nadie.
En otra ocasión, una noche se despertó asustada. Había tenido un sueño en el que doña Vicenta, una vecina y amiga de ellos, acababa de morir. Se levantó de la cama y fue y se lo contó a sus padres. El padre estaba diciendo que cómo era que la niña soñaba estas cosas, cuando sonaron unos golpes en la puerta y era la criada de doña Vicenta, que entraba para avisar que su señora acababa de morir, y que antes le había transmitido su voluntad de que su padre recogiera unos papeles que había dejado para él, y que no los cogiera su sobrina, sino el padre de Carmeluchi. Entonces la misma Carmeluchi le describió a su padre con toda precisión dónde estaban los papeles, que era en la mesa de un despacho, en el cajón central, y el tipo de pomo que éste tenía,  y cómo había que darle a una palanquita escondida bajo la mesa para que el cajón se abriera, todo esto, naturalmente,  sin que Carmeluchi lo hubiera visto nunca. Y resultó que los papeles eran un testamento manuscrito de doña Vicenta, desheredando a la sobrina y firmado por ella y su criada.

Este tipo de cosas son las que le han venido pasando a lo largo de toda su vida. Ha notado, simplemente, que tenía unos poderes de adivinación extraños, y aunque al principio no quería aceptarlo, ni ella ni sus padres, con el tiempo terminó acostumbrándose.
Le he preguntado entonces si cree que este tipo de poderes son heredables o no. Después de pensarlo un poco, me ha contestado que quizá lo sean. Pero que en los tiempos de su juventud, y más aún en otros más antiguos, el que tenía estos poderes procuraba olvidarse de que los tenía, y su familia lo mismo. Pues los consideraban cosa mala, cosa de brujería, fenómenos extraños e incomprensibles que, si eras consecuente con el hecho de que estaban en tu naturaleza, podían hasta llevarte a la hoguera. El caso es que ella vivió toda su juventud, en casa de sus padres, queriendo y viendo ignorar sus rarezas, hasta que siendo veinteañera decidió enfrentarse consigo misma y se marchó a Londres para estudiar parapsicología, lo que hizo cuando en España ni siquiera se había empezado a hablar de estas cosas. Y en la pared de su despacho veo unos diplomas acreditativos de estos estudios.

¿Qué nombre se da a sí misma? El de parapsicóloga. Eso no quiere decir que otras personas no puedan darse y de hecho se den nombres más tradicionales, como santa o sanadora, y que algunos de sus clientes la llamen también así. Pero ella se considera una profesional de la parapsicología, ni más, ni menos.

Por otra parte, no conoce a otras personas que desarrollen actividades parecidas. Se mueve en un entorno más profesional que el de las curanderas, adivinas, etc. Sabe que actualmente trabajan estos asuntos en España gente muy variopinta, entre los que los hay muy raros, como los satanistas, y otros que han venido de muy lejos con supuestas capacidades de brujería y andan por ahí haciendo cosas.

Finalmente nos despedimos. Quiero pagarle el equivalente a una sesión de tarot, pero se niega a cobrarme. Me desea mucho éxito con el libro que estoy escribiendo y me pide que cuando lo publique le mande una copia dedicada. Y que no mencione en ninguna parte del libro su nombre.

¿Qué más puedo añadir? La experiencia de conocer a Carmeluchi me ha parecido fascinante, sobre todo por la naturalidad y la coherencia que he visto en todo su testimonio. Yo no creo en estas cosas, porque no puedo hacerlo, pues no hay nada en mi experiencia personal sobre lo que apoyar una creencia de ese tipo, y creer de verdad en algo no es simplemente aceptar u obedecer, sino que implica una actitud positiva de búsqueda y encuentro.

Pero sé, porque lo he visto desde que tengo uso de razón y porque lo sigo viendo todos los días en la gente que me rodea, que los humanos de hoy, a pesar de que vivimos inmersos en una civilización tecnológica, en la que la ciencia está entronizada como la única diosa en posesión de la verdad, tenemos dentro de cada uno de nosotros un mundo secreto que está lleno de sueños y fantasmas, de presentimientos y convicciones no racionales, y que es el responsable, en una grandísima parte, de cómo intentamos mover nuestras vidas.

Y hasta presiento que este mundo mágico y sobrenatural es y será siempre nuestro último recurso, el único que finalmente, cuando todo lo demás se haya agotado o destruido, será capaz de ayudarnos a sobrevivir, o a morir en paz. Nuestro gran tesoro escondido.

martes, 10 de enero de 2012

El cuaderno de los sueños

¡Eureka! 
Tuve hace meses un extraño sueño, repetido varias veces, cuyo significado he descubierto hoy. En él estoy asomado a una ventana desde la que veo un paisaje periurbano con  montañas al fondo. Lo que he descubierto hoy es que tras esas montañas, muy lejos en la dirección que ellas marcan, está mi patria. Me veo en ella, donde por cierto estoy ahora, desde la ventana donde sé que estuve, como si una extraordinaria conversación estuviera teniendo lugar entre los dos. Siento la alegría del descubrimiento más una indefinible  nostalgia.

Hace muchos años yo creía en Freud con más firmeza todavía que ahora.También soñaba más. Tuve por entonces un sueño complicado, que estando lleno de detalles y pistas era a la vez, como buen sueño, profundamente surrealista. Me apliqué con entusiasmo a interpretarlo mediante un remedo casero de autopsicoanálisis.

Para ello me compré un cuaderno y un bolígrafo. Tenían que ser nuevos, de modo que no estuvieran contaminados de ningún pensamiento mío anterior. Empecé a escribir mi sueño y a la vez lo que éste me iba sugiriendo. Reinicié este ejercicio todas las veces que me pareció necesario, tantas como cambié y reordené las direcciones de marcha . Aquello empezó siendo una sucesión loca de letras, que poco a poco se fue convirtiendo en un camino empedrado por esas mismas letras, que me llevó a una interpretación clara de lo que aquel complicado sueño mío contenía. Quedé sorprendido. Todo encajaba. 

Desde entonces sé que la vida diaria, los detalles más insignificantes, los deseos, los pensamientos, las esperanzas, las ambiciones, las limitaciones, todo en fin lo que revolotea alrededor de una persona, está íntimamente trabado en un abrigo que protege a esa persona del frio exterior. El hilo con el que este complicado abrigo está cosido es casi siempre el amor, y cuando no el amor, la necesidad que se tiene de él.

Este método que he descrito arriba no suele fallar, lo recomiendo al que se atreva a intentarlo. Hay que tener un mágico cuaderno de los sueños y escribir en él con entusiasmo. Cuando esté lleno de letras, bien encaminadas o no pero con la enorme dignidad que les confiere ser letras de un alfabeto humano, se debe guardar y empezar otro nuevo. Siguiendo así sin parar, cuaderno tras cuaderno, para nunca dejar de alimentar ese fuego indispensable, misterioso, innombrable, que llevamos dentro. 

viernes, 6 de enero de 2012

Los Reyes Magos

Bernardino Luini (1520).- Adoración de los Magos.

Ayer tuvo lugar en casi todas las ciudades españolas la cabalgata de los Reyes Magos, y hoy por la mañana los niños se han encontrado en sus casas con los juguetes que los Magos les han traído durante la noche.  Fiesta de la ilusión, equivalente a la de San Nicolás o Santa Claus en otras partes del mundo. Día de la gente menuda, esa que todavía es capaz de creer con facilidad en lo que a los mayores nos parece imposible, a la que por eso admiro y envidio.

Cuando yo tenía cuatro años estuve a punto de ver a los Reyes Magos. En mi casa se quedaba un balcón abierto para que pudieran entrar a dejar los juguetes durante la noche. Junto al balcón, un cubo de agua y un montón de paja para sus camellos. Mi madre nos acostó temprano, porque los Reyes podrían llegar pronto y no debíamos estar despiertos cuando lo hicieran. Pero mi curiosidad, derivada de mi admiración por aquellos Magos misteriosos, era tremenda. Cuando se hizo el silencio en mi casa, lo que significaba que mis padres también debían estar dormidos, me arrastré desde mi cama hasta el salón y me escondí bajo las faldas de una mesa, junto al balcón abierto. Hacía frio, pero no me importaba, iba a acechar desde allí la llegada de los Reyes, intentaría verlos sin que ellos se dieran cuenta, levantando disimuladamente los faldones, ese era mi plan. Pasó mucho tiempo, el suficiente para hacerme pensar más de cincuenta veces que debería volver a mi cama. Estaba ya medio dormido cuando oí unos ruidos extraños. Me emocioné, no podían ser sino ¡por fin!, los Reyes Magos a punto de entrar en mi casa. Empecé a oir cómo alguien hablaba en voz baja. Presté muchísima atención y me pareció que la que hablaba así era mi madre. Inmediatamente, también mi padre. ¿Qué podían hacer ellos allí? Estaban profanando la llegada de los Reyes, si estos se daban cuenta pasarían de largo, sin dejarnos ningún juguete. Así que salí de bajo los faldones, lo que por cierto les dio un susto, y les dije que se fueran de allí. “No sin ti”, me contestó mi madre, “tú tampoco tienes que estar aquí, menos todavía escondido. Nosotros solo hemos venido para asegurarnos de que el cubo de agua para los camellos estaba lleno”.

Dicho lo cual me cogió en brazos, todavía recuerdo el calor que mi madre desprendía, y me llevó a mi cama, donde me arropó y me dio un beso. “Duérmete”, me dijo. Eso hice, hasta la mañana siguiente, muy temprano, en que nos despertó a los tres hermanos para ir a ver si los Reyes nos habían dejado algo. Mi padre se nos unió, entramos todos juntos en el salón, agarrados de las manos y llenos de emoción expectante. ¡El cubo de agua para los camellos estaba medio vacío, quedaba muy poca paja desparramada por el suelo, y todo el espacio alrededor del balcón estaba lleno de juguetes y regalos para los cinco!...

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martes, 3 de enero de 2012

Gente de la mar (10).- Jose el Bartolé

Durante los años que he pasado recopilando materiales sobre la gente de la mar, he pensado muchas veces en el arquetipo del hombre de mar al que, en definitiva, he estado intentando retratar. Pero también en lo absurdo de plantearse siquiera la posibilidad de que dicho arquetipo tenga sentido, ya que lo esencial de la naturaleza humana parece estar, precisamente, en su carencia de aspectos esenciales, en su aleatoriedad, en lo dispensable y transitorio de sus grandes proyectos e ilusiones. En nuestra época hemos llegado a creer que el ser humano no es sino un reflejo del mundo en que vive. Arrancando de lo que dijo Ortega y Gasset, hemos llegado a convencernos de que uno es poco más que sus circunstancias.

Pero un día, gracias a Rafael Montoya conocí a José el Bartolé y encontré lo que estaba buscando. Fui a verlo a su pueblo, Carboneras. Estuvimos tres días hablando, o más bien escuchándolo yo hablar y transcribiendo lo que me decía. Lo que copio a continuación, escrito en la primera persona de José el Bartolé, es un intento de expresar lo que me ha contado.


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“Me llamo José Cayuela, aunque la gente se refiere a mí como el Bartolé, un apodo familiar. Nací en este mi pueblo de Carboneras en 1931. Por entonces era poco más que una aldea de pescadores, aunque eso sí,  expertos palangreros que calaban sus jarcias en mitad de la mar de Alborán, capturando marrajos y agujas palás como nadie. Cuando llegó la guerra civil yo no tenía más que cinco años, lo que quizá explique la poca educación que he recibido, que me convirtió en el analfabeto que de alguna manera sigo siendo. Mi padre, al igual que todos los hombres del pueblo, se fue para el frente, y aquí no quedamos más que los niños, las mujeres y los viejos, teniendo que ganarnos el sustento por nosotros mismos. Por eso salíamos con nuestros abuelos a la mar, en nuestras miserables barquitas de vela, para apañar allí lo que pudiéramos: calamares, sardinas, brecas, todo lo que fuera fácil de pescar y no obligara a alejarse demasiado de tierra, pues los viejos no estaban seguros de, si saltaba el poniente, tener fuerzas para oponérsele y volver sanos y salvos a la orilla.

Nuestras circunstancias eran de extrema necesidad. Un día mi padre bajó al pueblo desde la Sierra Nevada, donde combatía, y trajo un saco lleno mitad de castañas y mitad de higos secos. Yo, pobre de mí, no había visto estos frutos en mi vida, ni sospechaba que existieran. Mi madre me metió en el bolsillo del pantalón un puñado revuelto de castañas e higos, y salí con mi padre a dar una vuelta por el pueblo. El primer higo que saqué, cuyo aspecto era miserable, lo tomé por un tomate seco, así que lo tiré. Y el segundo. Luego saqué una castaña y le hinqué el diente. La cáscara estaba dura, pero mi hambre era honda, así que me la comí y me supo a gloria, escupiendo los trozos de cáscara por entre los dientes. Luego saqué de nuevo un higo-tomate, y volví a tirarlo, pero esta vez mi padre me vio, lo cogió del suelo y me obligó a que me lo comiera. ¡Qué rico, qué dulce estaba! Acabé muy pronto con todos ellos. Así era en aquellos tiempos nuestra miseria y nuestra ignorancia.

Cuando la guerra civil terminó las cosas se pusieron incluso más difíciles, porque entró la guerra mundial, pero mi padre volvió al pueblo, así que para nosotros todo estaba salvado. Eso sí, había que trabajar sin parar, así que ni pensar en ir a la escuela. Yo tenía ya nueve años y poco después me embarqué con mi padre, y desde entonces hasta los sesenta, en que me jubilé, he estado en la mar, sin descansar, sin tiempo para pensar en otra cosa que los peces y cómo capturarlos. Cuando me hice un hombre embarqué en los barcos de otros. Trabajé en Ceuta con las traíñas, en Algeciras con los palangreros, pescando la merluza en aguas de Kenitra y los marrajos y agujas palás en el mar Negro, que es como nosotros llamábamos a la alta mar del Golfo de Cádiz. Luego he seguido trabajando mucho y puede decirse que he tenido suerte. En 1971 me compré a medias con el Gallao mi primer barco, el Punta Negra. Luego, en 1978, lo vendimos y mandamos construir el Las Llanas, con un dinero que nos prestó Cabezuelo, el constructor de motores marinos de Almería. Durante mucho tiempo no hubo un barco más marinero y fuerte que él en la flota de Carboneras. Y hace pocos años, estando ya jubilado, he desguazado el viejo y querido Las Llanas y comprado a medias con mi yerno el Gabriela y María, que se llama así por nuestras dos mujeres, la de él además es mi hija. Un gran marrajero de hierro, construido para nosotros en un astillero del Norte, con todos los avances de la técnica. Y en el penar y faenar con él andamos ahora.

En cuanto al pescar, yo he pescado de todo. Con el Punta Negra he estado en la merluza y en la marrajera, y con el Las Llanas además he pescado el coral, que casi me arruinó, y lo he aparejado como baca para el arrastre. Entre que vendí el Punta Negra y construí el Las Llanas, estuve un año en Carboneras pescando en un barquito pequeño con artes menores, como el trasmallo o la potera. El Gabriela y María es un marrajero puro, y esto de la marrajera ha sido, en verdad, lo propiamente mío, a lo que le he dedicado la mayoría de mis esfuerzos e inquietudes, y lo que me ha ayudado a criar a mis hijos y a tener una vejez relativamente tranquila.
Un marrajero de la misma época que el "Las Llanas"
Creo que lo más necesario en la vida de un hombre es la honradez y el trabajo, no sé si por este orden o al contrario, aunque puede decirse que los dos son casi inseparables.

En cuanto a la inteligencia, con ella sales, o no, del vientre de tu madre, así que poco puedes hacer por enmendarla, si es que tienes poca, o destruirla, si te sobra. Y el que recibas o no una buena educación es cosa de suerte.

Por otro lado, sin inteligencia ni cultura, que no las tengo, yo he sido capaz de bandearme razonablemente bien por la vida. He navegado por mares muy lejanas, solo con mi tripulación y mi barco, y sin embargo no sé leer una carta marina ni trazar un rumbo sobre ella. Jamás he utilizado el satélite para navegar, y eso que mi Las Llanas lo llevaba y mi patrón de papeles, naturalmente, se hubiera sentido perdido sin él. A mí, para orientarme en mitad de la mar, me ha bastado con una vulgar radio de transistores, así como lo digo, es decir, no me ha hecho falta ni siquiera el compás. Porque lo verdaderamente importante en la mar, como en la vida, no es saber dónde se está, sino hacia dónde se tiene que ir. Y los únicos instrumentos que he usado para navegar han sido el gonio y el radar. Con el gonio no solo encontraba con toda precisión los puertos en que quería entrar, sino que localizaba a los barcos cuyos patrones eran buenos pescadores, cuando hablaban por la radio, y si no se me ocurría otra cosa mejor me iba hacia ellos. Y con el radar no había costa ni niebla que me preocuparan.

Una cosa muy importante para mí, siempre, ha sido la palabra dada, que es sagrada. Este es un ejemplo de la buena educación que yo recibí, y que los niños de hoy no tienen. En mis tiempos éramos todos muy ignorantes, no dominábamos las situaciones, desconocíamos la mayoría de los datos que hubieran sido importantes para controlarlas. Tampoco teníamos a nuestra disposición esa cantidad de abogados y jueces que hay hoy, y que pueden echarte un capote o, todo hay que decirlo, meterte en un lío. Así que no nos quedaba más remedio que fiarnos unos de otros. Y esto hubiera sido imposible sin ser gente de palabra. Si decías una cosa, si te comprometías a algo con alguien, eso tenías que cumplirlo, así tronara o venteara. Porque si no lo hacíamos, yo y el otro y el de más allá, el mundo se nos habría hundido.

El trabajo siempre ha estado para mí por encima de todo. Pero no un trabajo cualquiera, sino el bien hecho, ese en cuyo cumplimiento pones todo lo bueno que tienes. Después hablaré más de esto. Yo en la mar he bebido mucho café, he dormido muy poco, me he pasado las noches enteras en alerta, porque para un pescador y un hombre de mar la noche es infinitamente más importante que el día. Pero antes o después, el mucho trabajo tiene que ser seguido del descanso. Y cuando he estado en tierra firme, nunca en la mar, también me ha gustado beberme algún que otro vasico de vino.

¿Qué cuáles son los factores para tener éxito en la pesca? Pues, por este orden: la carnada, la jarcia y el barco. ¿En cuanto a la suerte? No puedo negar que ayuda, pero no es imprescindible. Porque en la mar hay pescado, y estar tiene que estar en algún sitio. Si no lo encuentras aquí tienes que ser capaz de ir a buscarlo allí, encontrarlo y meterlo en tu nevera. Esto es lo que no falla casi nunca.

Carnadas de calamares o sardinas
ensartadas en los anzuelos del palangre 
de marrajera

Lo de la carnada es como aquello que contaban del vigor de un hombre, que a las mocitas les sirve casi cualquier macho, pero las mujeres maduras, que saben ya lo que se traen entre manos, necesitan que un macho les dé la medida. Pues la carnada lo mismo, tiene que estar a la altura del pez que quieres capturar, porque si no éste pasará por su lado sin ni siquiera mirarla. Lo más importante es que sea fresca, que al pescado que va a picarla le huela a viva. La mejor carnada es la pota o el calamar, y luego la alacha en el Mediterráneo, la sardina aquí y en las costas de Africa y la caballa y el jurel en las Canarias. Y es tanto más buena cuanto más fresca, hasta el punto que durante muchos años, pescando en las Canarias, yo y algunos otros barcos marrajeros hemos llevado a bordo un arte de traíña para capturar nuestra propia carnada de caballas, frescas como si todavía estuvieran saltando.

En cuanto a la jarcia, y llamamos así al conjunto de anzuelos, sedales, líneas y elementos auxiliares que integran un palangre de marrajera, podría pasarme meses hablando de ella. La jarcia es como el violín que toca las notas clave en esta complicada orquesta que es la pesca. Y dentro de la jarcia, la parte más crítica en el caso de la marrajera es la brazolada, el trozo de alambre o de plástico que une cada anzuelo con la madre del palangre, que es a su vez la línea horizontal que, en la superficie de la mar, forma su columna vertebral. Porque cuando se cala 
Un palangre de marrajera 
enrollado ensu canasta

un palangre en la mar para iniciar la pesca, los anzuelos van enterrados en la carnada, y el pescado no puede verlos, pero a los sedales que unen estos anzuelos a las brazoladas, a estos sedales, digo,  si no están bien hechos y mantenidos, el pescado sí los ve, y si le resultan sospechosos huye de ellos y no pica el anzuelo.
¿Qué debe tener un buen sedal? Para entendernos, los sedales pueden ser de alambre o de hilo de plástico, al que los viejos llamamos tripa. Los de alambre son resistentes y flexibles, pero el pescado puede verlos en noches de luna, y huir de ellos. Los de tripa, cuando nuevos, no deben ser blancos, sino transparentes, porque a los blancos también los delata la luna. Y los buenos sedales de tripa transparente tienen que cambiarse con frecuencia por otros nuevos, porque la intemperie los deteriora con rapidez, aunque el pescador no llegue a verlo. Le va sacando la permanencia en la mar a las tripas una pelusilla microscópica que, como tal, es rugosa, con lo que da arda, es decir, excita la fosforescencia de las aguas que la rozan, y así la jarcia se enciende con el movimiento, por suave que sea, de la mar, o por lo menos echa chispas aquí y allí, y el pescado, extrañado, huye. Todo esto no lo ven, o no lo quieren ver, muchos pescadores malos, por perezosos. Se extrañan de que ellos no pescan mientras que otros sí lo hacen en las mismas aguas, le echan la culpa a su mala suerte, o al destino. Y sin embargo, no renuevan su jarcia hasta que no pasan tres, cuatro o cinco meses de pesca, cuando una jarcia debe cambiarse como mucho pasado un mes. Esta es una lucha constante que yo mantengo con mi yerno, el que patronea el Gabriela y María y es uno de los mejores marrajeros de la flota pesquera andaluza. ¡Mira que es inteligente! Y trabajador, obediente y respetuoso conmigo. Pero luego quiere hacer con la jarcia lo que le da la gana. Aquí me paso yo la vida, en este almacén que me he preparado con el exclusivo objeto de montar jarcia nueva, ayudado por mi sobrino, para que mi yerno en nuestro barco pueda cambiarla todos los meses. ¡Y qué trabajo me cuesta! Porque a veces pasa que la gente joven, más lista y muchísimo más instruida que nosotros, sabe demasiadas cosas, que le tapan lo esencial. Y lo esencial en el trabajo de un marrajero es el cuidado de su jarcia, nunca me cansaré de repetirlo.

En lo que se refiere al barco, poco hay que decir. Tiene que ser capaz de llegar a donde haga falta, es decir, donde está el pescado o donde puede venderse mejor, en el tiempo adecuado, ni más ni menos. Para conseguirlo, tiene que ser un barco fuerte y marinero, capaz de sobreponerse a los malos tiempos, por lo menos de aguantarlos, tiene que tener una nevera en condiciones, que no pierda frío y conserve fresco el pescado, y un buen motor, que no le falle nunca, porque el motor es el alma de un barco de pesca. Esto lo saben bien los marrajeros, quizá mejor que nadie. El Las Llanas era un barco extraordinario, y el Gabriela y María lo es todavía mejor. Como lo son, en general, los barcos marrajeros entre el conjunto de los pesqueros andaluces. Un buen pescador no puede ahorrarse en su barco ni un céntimo. Su barco es su vida, la de hoy y la de mañana.

Vuelvo ahora al asunto de la suerte, que el pescador la necesita sobre todo para encontrar el pescado. Yo no creo en la suerte como un elemento importante en la vida de un buen pescador. La suerte es el remedio de los perezosos. Siempre hay pescado en la mar, porque es muy grande y paridora, y un pescador de verdad tiene que ser capaz de encontrarlo allí donde esté.
¿Hay reglas? Algunas sí que hay, derivadas de la experiencia de años de profesión, propios o de tus padres o abuelos. Y en los barcos más modernos, como pueden ser esos grandes marrajeros congeladores gallegos o japoneses que pescan por todas las mares del mundo, reglas derivadas de la ciencia, los satélites y todos esos inventos que circulan hoy día por el mundo.
Así por ejemplo, en la pesquera del atún rojo y la aguja palá en el Mediterráneo, que los barcos marrajeros hacemos durante el verano, yo he observado que cuando empieza la temporada, hacia mayo, que es cuando el pescado está entrando, suele hacerlo por el lado africano de la mar, y es más provechoso calar en las costas argelinas, mientras que a medida que avanza el verano se va cogiendo más y más pescado en las Baleares o en Alicante o Cartagena.
Otra regla es la de la limpieza de las aguas. Para que haya los grandes peces que nosotros pescamos, los cueros de todas clases, tintoreras, majarros, jaquetones, pejezorros, cornúas, las agujas palás y los atunes, las aguas tienen que estar lo que nosotros los marrajeros llamamos buenas, es decir, claras, transparentes. Que no lo están cuando ha habido grandes temporales que han removido los fondos, enturbiándolo todo, o cuando ha llovido mucho en las sierras y los ríos bajan y desembocan en la mar cargados de agua de monte, barrosa y sucia, o en otras circunstancias que nosotros no comprendemos bien, como pasa muchas veces durante los veranos cerca de las costas saharianas, porque la mar sigue y seguirá estando llena de misterios.
Otro factor dicen los biólogos que es la temperatura de las aguas. Quizá. Pero nosotros los marrajeros de fresco, ni la medimos ni tenemos bases costeras que nos hagan los pronósticos de dónde puedan estar las manchas de agua más fría en las que podría concentrarse el pescado. Lo que sí sé yo por experiencia es que a veces estás calando tus palangres durante días y solo hay pescado en una zona perfectamente delimitada, de manera que aquellos palangres de tu jarcia que se quedan fuera de ella no pillan nada.
Y finalmente está la naturaleza del fondo de la mar, ese que es la fuente de toda la vida que se acumula sobre él. Para el pescador, el fondo es un amigo fiel, que nunca lo engaña, mientras que las aguas y los vientos son amigos fáciles, que lo engañan o le fallan cuando menos puede esperárselo. El pescado tiene preferencias en cuanto a los fondos marinos, de eso no me cabe duda. El que pescamos nosotros los marrajeros gusta de estar en los cantiles de los secos o de los pozos, y en la cercanía de las islas. De manera que para esto sí pueden servirle a los marinos instruídos, como es el caso de Rafael, las cartas marinas.
Pez espada, llamado por los pescadores andaluces aguja palá, saltando en la mar


¿Tiene algo que ver la suerte con la superstición? Es decir, ¿puede comprársele la suerte a una santa? No lo creo, aunque hay mucha gente en la mar que sí, quizá por lo dura que es, y sobre todo que puede llegar a ser, la vida. En cuanto a mí, José el Bartolé, si alguna vez me han llevado a una santa, que lo han hecho, nunca he querido que me eche las cartas. Yo no creo en eso, y tampoco quiero preocuparme por lo que puedan decirme, porque solo creo en mi trabajo. Ahora bien, sí he aprovechado la ocasión para hacerle a la santa algunas preguntas concretas, como dónde va a estar el pescado este año, cuándo llegará, por dónde lo hará, aunque no sea más que por escuchar una opinión más.

De peligros y malos momentos no recuerdo muchos, porque la mar, al menos conmigo, no ha sido mala. El peor: aquél golpe de mar que cogió a Las Llanas cuando, intentando huir de un temporal que acababa de desatarse, quise refugiarme en el canal resguardado del norte que separa Lanzarote de la Graciosa. Navegábamos ya hacia España, después de un turno de pesca en aguas de La Palma. Habíamos rebasado el banco de la Concepción cuando entró el mal tiempo del norte. Una traíña que navegaba delante nuestra arrumbó al sur para refugiarse detrás de la Graciosa, y yo, aunque no conocía bien aquella zona, la seguí. Me dijeron por radio que allí había buen abrigo, pero aquel día aprendí que ante el mal tiempo, si uno no conoce bien una costa, las aguas más seguras son las de alta mar. Se hizo de noche antes de llegar al abrigo, y vi de pronto ante el barco una marrajá, es decir, un romper de las olas, que me preocupó muchísimo. Supe que tenía que volverme a la mar de la que había venido, viré para hacerlo y me puse al sureste, de costado a las olas. Como, cerca ya de la orilla, la profundidad de las aguas había bajado mucho, las olas habían crecido en tamaño, y empezaban a romper. Un golpe de mar asesino, de esos que se han llevado al fondo muchos barcos, se nos echó encima y reventó sobre nosotros con una fuerza aterradora. Creí por unos segundos que estábamos hundiéndonos, porque el agua inundó el puente desde el que yo intentaba gobernar el barco. Éste, aunque muy escorado, salió por el momento del mal trance. Entonces tuve la inspiración de pedirle al motorista más máquina, toda la máquina, repitiendo una y otra vez los tres timbrazos que significaban “avante”. Alguien me había dicho que eso hacía que un barco se achicara antes del agua que lo había invadido, quizá porque a más velocidad el barco cabalgaba sobre las olas en posturas más abruptas, que facilitaban la salida del agua. Y así fue. Las Llanas se salvó, aunque la antena del radar, situada en todo lo alto del puente, se la había llevado la mar, y toda la borda de babor también. Fueron aquellos los peores momentos de mi vida marinera, la única ocasión en que pasado el peligro, alguno de mis hombres, quizá el cocinero o el patrón de papeles, que no me acuerdo, me obligó a beberme un vaso grande de agua con whisky.

Pero puedo decir que la tierra es más peligrosa que la mar, a causa de los malos abogados, los mafiosos, las hipotecas y las trampas, entre otros. Una tierra en la que he procurado entrar lo menos posible, y eso que me he pasado buena parte de mi vida cruzando por delante de ella, ha sido Marruecos. A veces, por causa de mal tiempo o averías, no he tenido otro remedio que arribar a puertos como Casablanca o Tánger, y allí me he visto obligado a pagarle al mafioso de turno para no tener problemas durante mi estancia. Nunca he tropezado con las patrulleras moras, porque desde que se pusieron farrucas, siempre que iba a los caladeros canarios o saharianos arrumbaba hacia San Vicente para doblar hacia el sur bastante por fuera, al mismo norte de las Canarias, ya que al fin y al cabo antes o después había que llegar tan al oeste para sobrepasar los cabos de Jubi y Bojador. Pero para decir la verdad, el moro más peligroso que me he topado en mi vida fue en Bilbao hace pocos años, cuando fuimos a ver a nuestra hija para comprarle el traje de novia, que un morico se nos acercó en la calle por la noche, me preguntó la hora, y cuando se la di, me estrechó la mano como para agradecérmelo y tiró de mí para derribarme, a la vez que me pedía el reloj y la cartera. Lo que le di fue un atragantón del que salió corriendo.

El mundo de la pesca está cada día más difícil. Hay menos pescado, que además no se paga bien, porque los intermediarios quieren quedarse con todo, el gasoil sube, tenemos barcos nuevos y potentes que nos han cargado de trampas, en fin, para qué seguir. La gente joven no quiere ir a la mar, y sobre todo son sus mujeres las que no aguantan que vayan. No hay un muchacho al que le guste la mar que su novia le soporte que esté más de tres meses fuera de casa. En mis tiempos éramos más sufridos, pero no por eso nos sentíamos menos felices. En los puertos es cada día más difícil encontrar marineros experimentados, y los barcos tardan a veces semanas enteras en completar sus tripulaciones para poder salir a la mar. Así vienen los tiempos. Por otro lado, dos de mis nietos quieren ser ingenieros navales, y otro apunta para artista pintor. Uno de mis hijos trabaja en una lancha guardapesca de la Junta, otro en un remolcador, con lo que duermen todas las noches en su casa. Todo esto es bueno. Mi yerno, sin embargo, es como yo. Le gusta ser marrajero, le gusta la mar, y es, como ya he dicho, un patrón de primera, uno de los mejores de toda la flota marrajera. En esta vida tiene que haber de todo. Yo a mi yerno lo quiero como a un hijo. Por eso estoy aquí, entrampado hasta las cejas con el Gabriela y María, armando palangres y brazoladas nuevos para que mi yerno pueda cambiar la jarcia todos los meses. Esta es mi vida.”